La Caja de Petri

El país que se niega a crecer

Hasta ahora he sido testigo directo de cuatro de estos movimientos ciudadanos que buscan con inusitada ansiedad, evitar que México caiga en una fosa de donde no podrá salir. Todos proclaman representación nacional y, por supuesto, pluralidad.

Es fácil identificar patrones en estas agrupaciones aglutinadas por una repentina y renaciente consciencia ciudadana. Mismo perfil socio económico, similares creencias religiosas, mismas omisiones, mismos códigos postales. Predecibles por lo que no pueden esconder, pero sobre todo por lo que omiten.

Siempre hay dos conversaciones. Por delante, la conversación performativa, la de los ingenuos powerpoints y campañas de lanzamiento de “unidad ciudadana” que usan irreflexivamente la metáfora de “un plan de vuelo” para la conquista de ese México criollo que se les va de las manos, para la restitución de unos privilegios económicos que paradójicamente, aún se conservan. El miedo a la pérdida, el más efectivo motor.

La otra conversación, la que no existe, la que se tiene alrededor de quesos, carnes frías y cabernets. Esa que busca la revancha y recuperación de los grandes negocios de los que ya han sido desplazados. Esa que no dejará de apostar a la democracia de cuates, que empuja a toda costa el nombre del amigo-precandidato, como el mesías que podrá competir en contra del otro mesías.

Nada cambia. Es un choque entre privilegios que sigue sin considerar a ese otro que siempre se queda fuera y que, en su nombre, se construye una noble causa: defender al país.

En ninguno de los bandos cabe un ejercicio de autocrítica. La clase gobernante es más cínica y perversa que nunca. Su oposición, más miope y excluyente. De un lado hay un solo megalómano, del otro, varios.

Ambos grupos han consumado sus respectivos autoengaños para disputar cada centímetro de la conciencia pública, desde el comedor hasta las urnas. Unos se asumen como los únicos ungidos con derecho ancestral para escribir un solo nombre en los anales de la historia nacional. Derecho que, según el líder indiscutido, el neoliberalismo le robó.

Los otros, carecen de tamaño para asumir su responsabilidad en el México olvidado. La carta de la meritocracia es su recurrente as bajo la manga. De ahí que están cognitivamente inhabilitados para construir una propuesta de país en donde quepa alguien que no porte sus blasones.

No es exagerada la presente amenaza al andamiaje institucional que soporta la endeble democracia mexicana. La obcecación con el poder y la añoranza del héroe-caudillo del presidente mexicano es inocultable. Justo ahí estará el principal factor que terminará por interrumpir el sueño de grandeza que comenzó décadas atrás con el bloqueo de pozos petroleros. Las tribus en el poder terminarán por implotar, el asunto será qué hacer con los desperdicios radioactivos.

Mucho me temo que eso no es ningún consuelo. Pues mientras los competidores de la acera de enfrente sigan apostando a la restitución de un mesías por otro, de un intercambio de élites de poder y, a final del día, de un reacomodo en la lista de privilegios nacionales disfrazado de rescate nacional, México seguirá siendo el país que se niega a crecer, como hace años lo observara sin miramientos la escritora siria-mexicana, Ikram Antaki.

Foto de Derek Thomson en Unsplash

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