La Caja de Petri

Luis Echeverria se va, su legado permanece

La manera en que observamos, interpretamos, evaluamos y reproducimos los ritos, las formas y, sobre todo, el código de valores y símbolos  de la cultura política a la mexicana, ha sido moldeada por cada político que ha ocupado la silla presidencial de México. Poca duda cabe de ello.

Esa cultura se ha instalado en los más recónditos huecos de la cotidianidad de la sociedad mexicana. Ya que quien la enfrenta, también la reproduce como diría M. Foucault, o simplemente la fortalece quien está convencido de que el “mexicanísimo protocolo”,  es una de las maneras más eficaces para obtener resultados.

Se trata de un protocolo que ha tropicalizado al pie de la letra aquello de “el fin justifica los medios”. La “tranza”, esa posibilidad de ver cómo encontrar huecos para hacer del cumplimiento a la ley un asunto discrecional, es un indiscutido y compartido recurso por una importante mayoría.  El desempeño ético, es propio de los inocentes..

De esta suerte, entender esta forma de pragmatismo es obligado para quien quiera transitar e interactuar con éxito entre los círculos de poder, políticos, económicos y sociales en México.

En el caso del desfigurado pragmatismo de la política a la mexicana que vemos desde las últimas décadas, podremos concluir que no tiene carta de naturalización. Es decir, dejó de ser priísta algunos años antes de que la alternancia en el poder fuera una realidad en el proceso electoral mexicano.

Basta observar con detenimiento cómo los protocolos de los hombres de poder, de los auto ungidos líderes mexicanos -políticos o no-, comparten el mismo entramado de ritos y creencias. Sea el tamaño del aparato burocrático, el nivel de gasto público y la inclusión de minorías, lo único que los hace distintos. El resto, me temo que es lo mismo.

En mi opinión y desde el sesgo de lo que se defina como mi posición de privilegio, en el “blueprint” de la cultura política moderna a la mexicana, dominan los protocolos de dos de los expresidentes  que hoy se usan como un cómodo referente: Luis Echeverría y Carlos Salinas.

Desde el juego maniqueo que caracteriza la verborrea de esa ansiosa crítica de la comentocracia conservadora, Luis Echeverría representa, todo él y solo él, ese pasado oscuro y nauseabundo al cual México nunca debe regresar.

Es el priísmo setentero, el coco, el monstruo en el clóset que sirve de fetiche en la narrativa que busca instalar el miedo y con ello, movilizar conciencias en contra del hoy ocupante de Palacio Nacional y del movimiento que encabeza.

Para los nuevos cruzados mexicanos, Luis Echeverría es el ejemplo más acabado para explicar desde sus estómagos, el acento retrógrada de las formas políticas y los inocultables desatinos del presidente López Obrador.

En el lado opuesto está Carlos Salinas. Para no pocos, el economista de la UNAM y egresado ejemplar de la Universidad de Harvard, es el símbolo del México que debió ser. Una especie de víctima del neoliberalismo interrumpido, que tanto progreso trajo a México.

Luis Echeverría ha muerto. Pero el legado de sus formas, de su prágmatico olfato político sigue más vigente que nunca.

Informante de la CIA y “cercano” a Fidel Castro y Salvador Allende.  Anfitrión induscutido del exilio chileno y argentino. Artífice de la guerra sucia y enemigo de todo lo que simpatizara con la izquierda, con la libertad de expresión y con la disidencia.  Amigo y patrón de una parte de la oligarquía empresarial más conservadora[1]. Enemigo de la otra parte de la oligarquía conservadora, y de grupos abiertamente católicos.[2] Demagogo y nacionalista, padre de ese sonsonete y formas no verbales de comunicación que el rancio priismo no puede abandonar. Formador de cuadros políticos como una manera de perfeccionar el “favor personal” como la forma más acabada de obediencia y lealtad. Innovador de los dispositivos de inteligencia y control[3].  La lista de curiosidades de Luis Echeverría nos es poca.

El “Gran Represor” descansa, seguramente no será en paz. Sus similitudes con López Obrador no se limitan a las formas populistas, a la intromisión del Estado en la economía o a la ética de trabajo.[4] Sus enemigos y las estrategias de éstos grupos para intentar desestabilizar la silla presidencial, también los asemeja.

Es poco justificable hacer de la eulogía de Luis Echeverría, una apología del pragmanitsmo de un político mexicano que hizo siempre eso, conducirse como político y maximizar su cuota personal de poder y con ello, garantizar impunidad para él y para quienes se beneficiaron de sus formas.

Es inevitable que cada lector dé rienda suelta a sus jugos gástricos para interpretar éstos y muchos más renglones que con certeza se escribirán sobre el acaecido político mexicano.

La vigencia de Luis Echeverría no se limita al paralelismo que con enjundia difunde el sector inconforme con la figura y el gobierno de López Obrador. Su partida, es una invitación a revisar qué de sus formas, sus protocolos, mecanismos de control y reproducción del poder, y su sistema de creencias, ha penetrado y echado raíz en parte de la cultura política a la mexicana.

Suponer que México será diametrelmente distinto, si solo se sustituye  a quien se siente en la silla presidencial sin modificar la cultura política, es una ingenuidad.

El echeverrismo, está instalado en la cultura política a la mexicana más de lo que algunos quisieran creer.

[1] El complot contra el periódico Excelsior es la muestra de ello. Juan Sánchez Navarro -Grupo Modelo- y Bernardo Quintana -ICA- son dos de los representantes del empresariado que se reunieron en casa de éste último para planear la salida de Julio Scherer.

[2] Mucha tinta se ha derramado para detallar los enfrentamientos del gobierno de Echeverría con  los grupos empresariales del norte de México (principalmente de Nuevo León), los TECOS de la Universidad Autónoma de Guadalajara,  Acción Católica y la Unión Nacional de Padres de Famiia, por mencionar algunos.

[3] Aunque no está bien documentado, hay quienes afirman que la fundación CIDE tuvo el propósito de “escuchar y monitorear” de cerca las conversaciones de los grupos simpatizantes con el pensamiento crítico.

[4] Es bien sabido el ritmo de trabajo de Luis Echeverría. Documentadas están las jornadas diarias de trabajo que comenzaban a las 6 de la mañana y terminaban hasta que el presidente se sintiera satisfecho con los avances logrados.

Foto: https://luisecheverria.com/

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