No nos hagamos tontos y procuremos entender qué es lo que significa esa palabra tan socorrida y rimbombante que usan los gobernantes de hoy cuando hay que justificar la falta de talento, capacidad y, eventualmente, resultados. Cuando hablan de soberanía, pareciera que están realmente encontrando la cura contra el cáncer o la fuente de la eterna juventud.
Se quiere vender, sin mayores argumentos, una idea (¿o espejismo?) abstracta de lo que debe ser la soberanía y cómo los ciudadanos debemos estar dispuestos a sacrificar todo (o a vender nuestra alma a un proyecto político) por dicha soberanía. No se acepta análisis o debate, menos argumentos o dudas, la soberanía se toma derecha, sin soda.
Cuando la situación llama a tener que invocar la soberanía, es indispensable que todos dejemos el cerebro en la puerta y pretendamos ser zombis que hablan el dialecto soberano, aunque en realidad casi nadie entiende qué significa.
Según la Real Academia Española, soberanía es “el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. Allá por 1576, el francés Jean Bodin definió la soberanía como “el poder absoluto y perpetuo de una república”, un poder soberano que reinaría sobre súbditos y ciudadanos de manera que no existieran afanes revolucionarios.
También, Maquiavelo, en su libro “El Príncipe”, hace referencia al concepto de soberanía y sugiere que es una característica fundamental de un Estado y que es indivisible, el gobierno debe ejercer dicha soberanía a través de su autoridad. Maquiavelo fue más allá y sugirió que el gobierno (en manos del príncipe) debería estar formado de ministros y secretarios capaces para poder gobernar con inteligencia y, en consecuencia, poder sostener la soberanía y el Estado mismo.
La soberanía sale a relucir muy frecuentemente en contextos de crisis, de episodios bochornosos, en casos donde no hay más argumentos que arroparse en la bandera (de la que no son dueños) y tirarse en los brazos de la señora soberanía. Se usa la soberanía como un escudo protector contra la corrupción, la ineptitud e, insisto, la falta de resultados tangibles.
En el caso mexicano, con la 4T en el poder, se ha reforzado el uso y abuso del término soberanía. Se incluye en declaraciones, discursos, planes y políticas como si fuera la carta que mata a todas las cartas; ya cuando alguien pone sobre la mesa la palabra soberanía, ahí se acaba la posibilidad de tener argumentos, se acaba la discusión… soberanía mata todo, incluyendo a la razón y al sentido común.
Esta semana, ante una decisión (soberana) de Estados Unidos en relación con acuerdos binacionales en materia de aviación y las decisiones del gobierno mexicano de obligar al uso del aeropuerto de Santa Lucía (AIFA), resurgió la palabra soberanía en las mañaneras y entre el aparato de redes y bots del gobierno.
Los que defienden incondicionalmente al gobierno dicen que se tomó una decisión soberana de mover vuelos al AIFA, pero no alcanzan a entender que Estados Unidos tome sus propias decisiones, soberanas también, que, todo indica, afectan más a México.
Nadie se pregunta si esa supuesta “soberanía” que se persigue con decisiones sobre el AIFA, o incluso con la refinería de Dos Bocas o con el Tren Maya, es algo que realmente arroje resultados para alguien.
¿Abonan esos proyectos y decisiones a la soberanía de México? ¿O acaso solo se genera soberanía cuando se habla de ofensas de otros a México? ¿Regalar petróleo a Cuba, es bueno para la soberanía nacional? ¿Invertir cientos de miles de millones de pesos en proyectos como el de la refinería o el tren y no saber si ya está produciendo, cuánto produce, cuántos pasajeros, cuánto generan de ventas o utilidades y manejarlos, como todo últimamente, con total falta de transparencia, es abonar a la soberanía de México? ¿Poco o nulo crecimiento económico es positivo para la soberanía?
Se ha desvirtuado la palabra al nivel de tratar de volverla parte de una ideología hueca que arrasa, como plaga de langostas, con todo lo que más o menos está en pie.
No se acababa de enfriar el tema del AIFA y la cancelación de vuelos de Estados Unidos cuando el gobierno presentó, sorpresivamente, el “Programa Especial para la Productividad y la Competitividad 2025-2030” que, una vez más, como con el Plan México, es una lista de buenos deseos que se queda corta en los cómos, pero que, eso sí, está lleno de referencias a “soberanía”.
En 25 frases se utiliza la palabra soberanía. Se habla de “soberanía alimentaria” (AMLO dijo que había cumplido con eso en su lista de 100 compromisos); se habla de “soberanía energética”, “soberanía tecnológica”, “soberanía sanitaria mediante vacunas propias”, “fomento a la creación de soluciones tecnológicas soberanas”, “soberanía productiva”; se habla de “cimentar la soberanía del país”.
Y aquí es donde uno se debe preguntar si ante la falta de resultados tangibles, con una economía que no levanta y con un Plan México que parece ya quedó en el olvido, debemos esperar que el empuje por defender una idea de “soberanía” sea lo que motive a ciudadanos y empresarios a hacer más y mejor por un país que tiene encima un gobierno pesado, lento y ocurrente.
De nada sirve usar la soberanía como cobija si los planes, rollos y acciones no hacen nada por mejorar las posibilidades de crecimiento del país, el estado de derecho y el imperio de la ley.
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