Hecho Aquí
Desde hace tiempo he tenido la inquietud de conocer y entender mejor el comportamiento de nosotros los mexicanos en tendencias de consumo y selección de bienes y servicios a la hora de gastar, invertir o simplemente a la hora de hacer la despensa. Me refiero a lo que pasa por la mente de una persona (en este caso mexicana o de cierto estado o ciudad del país) a la hora de escoger entre productos o servicios comparables, pero que provienen de otra ciudad, estado o país.
Siempre he tenido la idea de que una de las condiciones necesarias para que un país (o región) sea fuerte es que sus ciudadanos o habitantes se sientan orgullosos de pertenecer a dicho país o región y que los haga tener una especie de nacionalismo –regionalismo dirían otros– que los haga trabajar juntos y buscar ideales compartidos. Claro, esto suena mucho más fácil de lo que es.
En un mundo ideal, deberíamos tener en un país o ciudad suficientes proveedores de bienes y servicios locales que satisfagan la mayor cantidad posible de las necesidades de los ciudadanos, sin que estos tengan que acudir a otros lugares o a proveedores extranjeros o foráneos que el único defecto que tienen es que no generan el mismo valor que un proveedor local en esa ciudad o país.
Claro que no vivimos en un mundo ideal y que ahora todo mundo tiene que ser algo globalifílico y que las tendencias del consumo mundial llevan a la desaparición de fronteras y hacia una libre competencia en la que van a sobrevivir los más aptos, los más fuertes y los más globalizados. Esto aplica para el entorno mundial como para las relaciones entre regiones, estados o ciudades de un país como el nuestro.
Viéndolo desde esa perspectiva, la decisión para un consumidor debería basarse en criterios fríos como precio, calidad, apariencia y conveniencia.
Hasta ahí todo parece normal, pero ¿a dónde quiero llegar? Soy un creyente de que la globalización es inevitable y que sus beneficios, en el largo plazo, serán mayores que sus daños, pero creo que hay algo que se nos ha escapado a todos y que en otros países o ciudades se practica y que debiera ser una variable más en nuestro proceso de decisión a la hora de gastar o consumir y que tiene que ver con ese nacionalismo, regionalismo o simple orgullo y solidaridad de y para nuestra ciudad, estado, país o bloque económico.
Hemos evolucionado (no sé si para bien o para mal) hasta llegar a ser consumidores fríos que no vemos más allá del precio o del empaque, e incluso hay quienes llegan al extremo de ser abiertamente renegados de lo que se produce en su país o región, que es el extremo del malinchismo.
Pongámoslo de esta manera: los saltillenses hemos visto como nuestra ciudad, estado y país ha cambiado drásticamente en los últimos 20 años. Sabemos cuáles son las empresas y familias que han arriesgado su capital o patrimonio en proyectos en nuestra ciudad, estado o país, claro, no lo hacen “de a gratis”, pero tenemos que reconocer que en muchos de los casos ese capital podría haber ido a parar a otra ciudad, estado o país.
¿Por qué nos debe importar que aquellos que invierten en nuestra ciudad o país tengan éxito? Es muy sencillo, además de exigirle a estas empresas que nos traigan al anaquel un producto de buena calidad y precio, deberíamos de ser conscientes de que un porcentaje del precio que pagamos por ese producto o servicio va a parar a salarios, sueldos, servicios e insumos para personas o empresas locales, directa e indirectamente, y que ese efecto tarde o temprano se va a reflejar en lo que nosotros hacemos, independientemente de que no notemos que existe una relación entre todos los que convivimos en una misma economía y sociedad.
Sí, podemos pensar que comprar una Blazer, o una Ram, una vajilla Santa Anita, unos pañales Kleen Bebé, manzanas de Arteaga o productos de Deacero no hará diferencia alguna. Tal vez no; pero imagínense que todos lo hiciéramos.
Todos conocemos a alguien que trabaja en una empresa local o nacional que compite contra empresas extranjeras y a la hora de llegar al supermercado o a la tienda no pensamos en el efecto que pudiera tener para ese conocido que compremos lo que su empresa produce.
Con esto en mente, y suponiendo que todos lleváramos ese sexto sentido, por llamarle de alguna forma, nuestras decisiones de consumo podrían cambiar, no para pagar más por algo inferior, sino para tener esa variable adicional en mente a la hora de comprar.
Yo les propongo que hagamos juntos una prueba por consumir lo que está hecho en Saltillo, en la región Saltillo-Monterrey, en Coahuila, en México o en la zona NAFTA, en ese orden, cuando comparemos con productos de otra ciudad, estado o país. Les aseguro que se van a sentir mejor después de pagar y que la calidad es igual o superior en muchos casos.
Hace 24 años, en este espacio, publiqué estos párrafos casi íntegros. Siento que la idea de consumir local, regional, nacional no tomó fuerza en todo este tiempo, al contrario.
Ahora Trump parece que obligará a México, de alguna forma, a defendernos de productores (importaciones) que dejan muy poco o nulo beneficio para el país y sus socios comerciales.
Además, me gusta la campaña de Marcelo Ebrard del “Hecho en México”, pero me preocupa que al mismo tiempo el aparato de gobierno mantenga puertas abiertas a importaciones chinas, a sectores oligopólicos y a políticas que no alinean la carreta atrás de los caballos.
Compra local, regional, nacional, norteamericano.
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