
Las mejores manzanas son las de Arteaga, Coahuila. No son tan famosas como las de Washington o Chihuahua, pero tienen el mejor sabor. En realidad, el título no necesariamente refleja el tema central de esta columna, pero ya que surgió la palabra “manzana” como parte de este, aprovecho para un breve anuncio (no pagado) de las manzanas de Arteaga. Si alguna vez tienen la oportunidad, les pido comprueben mi afirmación probando las manzanas de esta región de Coahuila junto a los límites con Nuevo León.
Probablemente hayas escuchado de la compañía Apple, basada en Estados Unidos y dedicada a fabricar computadoras y productos electrónicos. Esta empresa saltó a la fama en los 80’s con una de las más famosas computadoras personales (Macintosh), que contaba con el primer sistema operativo de ventanas (el cuál ahora es utilizado en la gran mayoría de las computadoras) y cuya facilidad de uso fue un gran avance para el sector.
Después del surgimiento de la Macintosh, la empresa sufrió para ser viable ante la feroz competencia de Microsoft, empresa que adaptó un sistema operativo similar al de Apple (Windows). El eterno problema que enfrentaban los consumidores era que los sistemas operativos de uno y otro no se hablaban y así Apple se mantuvo como un llanero solitario en el mercado, con nichos de clientela especializada (por ejemplo, diseñadores).
Esta empresa estuvo cerca de desaparecer a fines de los 90’s y recurrió a su fundador para tratar de reavivarla. Así, Steve Jobs, uno de los nombres más conocidos en la industria de la tecnología, volvió al mando de la empresa y fue capaz de no sólo mantener a Apple en operación, sino que logró reinventar la oferta de productos y la estrategia de la empresa para llevarla a un crecimiento muy respetable.
Una de las aportaciones de Steve Jobs fue el lanzamiento de tiendas con el nombre de Apple. Desconozco el número de tiendas, pero se pueden encontrar en los centros comerciales de las principales ciudades de Estados Unidos.
Hace unos días, tuve la oportunidad de entrar a una de estas tiendas en Michigan. Cuando me paré en la puerta y vi la tienda llena de gente (como mercado sobre ruedas en viernes de quincena), dudé en entrar y al mismo tiempo me sentí más atraído por saber si estaban regalando algo.
Yo traía en mente lo que buscaba, quería ver las opciones y los precios. No tenía tomada mi decisión de compra. Sin embargo, tan pronto di un paso en la tienda, me envolvió una especie de virus del consumismo que al parecer portaban muchos de los que estaban adentro.
Traten por favor de visualizar esto: Una tienda de 6 metros de ancho por unos 25 de fondo. Tres cajas registradoras al fondo, cada una con filas de al menos 8 personas. En las paredes y pasillos de la tienda, se mostraban los distintos productos que ofrece Apple (computadoras, pantallas planas, accesorios, bocinas, etc.) y el producto más popular del año, la (¿el?) iPod.
Es probable que ya hayan visto, escuchado o hasta comprado una iPod. Son unos aparatos del tamaño de un audio casete de cinta, incluso más chicos y delgados, que reproducen música, fotos y video (según el modelo).
Bueno, pues existen unos 5 o 6 modelos de iPods que van desde el equivalente a unos $100 dólares, hasta los $400 dólares. Dos colores: blanco o negro. En la pared del lado derecho de la tienda, en un espacio de 3 x 2 (metros) se exhibían las iPods y había un cajero con una caja virtual (no había caja registradora, sólo una computadora con escáner de código de barras para tomar datos de la tarjeta de crédito, escanear el producto deseado y emitir un recibo vía correo electrónico).
El cajero, de unos 20 a 23 años tenía cara de nerd y estaba vendiendo las iPods como pan caliente. Tenía una fila de 10 personas que no se redujo durante el tiempo que estuve en la tienda. Además de las otras tres filas que iban a las cajas tradicionales, había esta fila de gente que quería comprar alguna de las iPods.
En ese momento, mi visita de exploración se convirtió en una misión con el único objetivo de comprar una de las iPods. Atrás de mí estaba formada una mujer de unos 30 años que había viajado 50 kilómetros porque en sus rumbos se habían agotado las iPods y sentía un gran alivio de haberlas encontrado.
El perfil de la gente en la fila, se puede decir que era de clase media (americana, obviamente). Todos con tarjeta de crédito y listos para hacer una fila de 20 minutos o más para comprar el producto de moda. En los 20 minutos que pasé en la tienda, el “cajero nerd” debe haber facturado cerca de $5,000 dólares de iPods, además de lo que sus colegas facturaban en las otras cajas.
Dos cosas llaman poderosamente la atención de este simple ejemplo del consumismo americano: primero, que existe la posibilidad y mercado suficiente para que un buen producto o invento se comercialice en masa. Segundo, que exista una clase media que pueda mover a la economía a través de su consumo.
El día en que podamos ver filas en tiendas mexicanas para comprar aparatos o productos de $100, $200 o $400 dólares, como si fuera pan bolillo, ese día podremos decir que la clase media del país ha resucitado y seguramente tendremos un país con mejores perspectivas de desarrollo.
Estos párrafos fueron escritos en 2005. El iPhone nació en 2007 y se han vendido más de 2,500 millones de unidades. El iPod desapareció. Steve Jobs murió en 2011. $1,000 dólares invertidos en acciones de Apple cuando se publicaron los párrafos anteriores en 2005 valen hoy más de $250,000 dólares.
Mientras, la clase media (y la economía) mexicana, como apuntábamos la semana pasada, sigue estancada y olvidada. Las filas largas en México son para cobrar cheques del bienestar o rogar por medicinas escasas, no para consumir productos y servicios de calidad. Seguimos atorados en la mentalidad de lo poquito, en la lucha de pandillas (de antes y de hoy) por un poder que no ha podido trascender.
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