 
        Esta semana, mi esposa me recomendó un podcast de Bibliotequeando en el que Ricardo Lugo compara, de manera muy entretenida (aunque preocupante), los libros y las premisas de las distopías que presentan Aldous Huxley (Un Mundo Feliz) y George Orwell (1984). En la época de las “fake news”, la posverdad y el exceso de “información”, a veces es difícil detenerse a revisar lo que autores y pensadores del pasado pronosticaban sucedería con el mundo del futuro, el de hoy.
Tristemente, parece que redes y relaciones sociales se limitan a la nota del momento, a la más reciente caja china, a la ocurrencia de la semana del señor Trump o al meme cotidiano y hueco. Bueno, me imagino que no es la única vez desde que estos dos libros se escribieron -1931 para “Un Mundo Feliz” y 1948 para “1984”- en que parece que los autores han dado en el clavo acerca de lo que se ve hoy en muchos países y en el mundo en general, con todo y que cada una de estas dos distopías muestra y sostiene ideas distintas sobre cómo es el mundo del futuro.
De entrada, recomiendo el podcast de Ricardo Lugo; su episodio 119 titulado “Un mundo feliz vs. 1984; ¿en cuál distopía estamos viviendo?”. Aunque Lugo lleva un score sobre cuál de los libros da más en el clavo con la realidad actual y sugiere que Huxley refleja más que Orwell al mundo de hoy, me surgió la curiosidad de ver a México bajo la perspectiva del libro “1984”.
En “1984”, el Partido crea la neolengua que restringe la posibilidad de pensar ideas subversivas. Quien no puede nombrar la libertad, no puede exigirla. En México, términos como “neoliberal”, “conservador”, “fifí”, “pueblo bueno” o “aspiracionista”, se usan como etiquetas para invalidar posturas críticas. El lenguaje se convierte en herramienta de polarización, donde cuestionar al gobierno es traicionar al pueblo. Hay una tendencia alarmante a sustituir diagnósticos técnicos por retórica ideológica. En “1984”, el Gran Hermano es omnipresente: su imagen, su voz, sus mensajes, sus modos; todo gira en torno a él. Aunque no se sabe si realmente existe, su presencia lo domina todo. ¿Te suena familiar? Pareciera que el Gran Hermano versión mexa lo tuvimos frente a nuestros ojos por seis años y ahora habita en Palenque, Chiapas. Las conferencias diarias (“mañaneras”) definen la agenda nacional; ahí se descalifica a adversarios y se presenta la narrativa oficial. Las instituciones autónomas (las que quedan), los mal llamados “adversarios”, incluso los contrapesos constitucionales, son reducidos o desprestigiados. El culto a la personalidad se normaliza, y la lealtad al líder se vuelve más importante que la eficacia o la técnica; el sistema se vuelve vulnerable a errores y acaba al servicio de caprichos.
En “1984”, el Partido vigila lo que piensas, lo que dices, incluso tus gestos. La sospecha reemplaza a la confianza. En México ya no nos sorprenden listas “negras” de medios y periodistas “enemigos”; se promueve la idea de que las ONG, los jueces (de antes; los de hoy todavía no), los empresarios y los académicos son sospechosos por definición si no se alinean al discurso oficial; hay campañas sistemáticas de desprestigio desde el aparato público, muchas veces sin pruebas y con frecuencia desde el podio de las mañaneras. Se habla de democracia, pero existe cada vez más alergia al disenso y la pluralidad.
En “1984”, el Ministerio de la Verdad reescribe constantemente la historia y las cifras para que siempre coincidan con lo que dice el Partido. Supongo que el señor Orwell imaginó, hace casi 80 años, lo que sería la epidemia de “los otros datos” y la maleabilidad de las cifras oficiales que vivimos en México. Si hay cifras incómodas, tenemos otras distintas. Se minimizan homicidios, pobreza, inflación, muertos por COVID, calidad educativa, falta de crecimiento. La narrativa oficial niega la realidad si esta no coincide con el relato del supuesto bienestar y un gobierno que, supuestamente, erradicó la corrupción al barrer las escaleras de arriba para abajo. Los datos que servían para diagnosticar y actuar ahora son no solo ignorados, sino etiquetados como “neoliberales” si contradicen el discurso oficial.
En “1984”, el Partido siempre está en guerra contra un enemigo, real o imaginario, y eso le ayuda a mantener control y justificar su poder. En México, siempre hay un “culpable externo”: Calderón, los “neoliberales”, los jueces, los medios, la DEA, los científicos, la derecha, los Estados Unidos. Esta estrategia de conflicto permanente impide la construcción de consensos duraderos y ahonda la división nacional y justifica el gobernar sin rendir cuentas. La opacidad, el descaro y el cinismo se vuelven normales. La guerra ideológica no parece tener fin ni control.
Sí, pudiera ser prematuro y exagerado querer reflejar al México de hoy tajantemente en el molde de “1984”, pero estamos a tiempo de ver las señales, las advertencias. No solo los ciudadanos, sino también quienes gobiernan y se dicen demócratas; incluso aquellos en las oposiciones que aspiran algún día regresar al poder. La democracia no se mide solo con votos; la pluralidad, la rendición de cuentas, la libertad de expresión y el pensamiento crítico son clave. Los contrapesos son sanos. La democracia, la innovación, la destrucción creativa, el crecimiento sostenido o el bienestar no florecen en climas de miedo, sumisión y obediencia ciega. No caigamos en la trampa de creer que “La guerra es paz. La libertad es esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
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