La disonancia cognitiva es la tensión mental o sentimiento de incomodidad que una persona experimenta cuando tiene creencias, actitudes o ideas que se contradicen entre sí. Esto sería lo opuesto a la consonancia cognitiva. En la disonancia cognitiva, una persona se da cuenta del conflicto mental que tiene sobre sus acciones, comportamientos o valores. Empieza a ajustar lo que piensa, cree y prefiere, tratando de amoldar o racionalizar las cosas de una forma en la que estas puedan hacerle sentido. La clásica maroma. De alguna forma buscamos que lo que pensamos haga sentido. Nuestro cerebro se encarga de encontrar “la cuadratura del círculo”.
El psicólogo americano Leon Festinger fue profesor en la Universidad de Stanford. En 1957 publicó su Teoría de la Disonancia Cognitiva. En esa teoría, Festinger sostenía que la gente experimenta una incomodidad psicológica cuando tienen creencias encontradas sobre ciertos temas o cuando sus acciones entran en conflicto con sus creencias o valores. Por lo tanto, las personas buscan la forma de que sus conductas, creencias y actitudes sean coherentes entre sí.
Cuando el individuo no es capaz de cambiar su conducta, sus acciones o sus actitudes, la solución para el malestar es el autoengaño. La mente de una persona que cae en el autoengaño resuelve la disonancia cognitiva aceptando la mentira como una verdad. Algo así como lo que hoy en día se conoce como “los otros datos”. Una persona con algún nivel de disonancia puede hacer intentos para reducirla. Incluye evitar situaciones o información que pudieran causarle malestar. Cuando la disonancia persiste, no es raro que la persona eventualmente pase de una sensación de malestar a sentimientos de culpa, frustración o vergüenza. Parece que muchos políticos ocultan muy bien la disonancia cognitiva que, es obvio, padecen.
No es mi intención hacer de este espacio algo muy académico sobre algo de lo que entiendo (como en muchos otros temas) muy poco. Sin embargo, hace unas semanas me topé con un artículo que hablaba de disonancia cognitiva. Por algún motivo lo primero que pensé es que quienes han liderado a nuestro país por varias décadas ya, y especialmente quienes lo manejan hoy y en los últimos años, parecen tener un caso severo de disonancia cognitiva. Esto pudiera explicar por qué pasa lo que pasa y por qué estamos como estamos.
Claro, también pudiera ser que han gobernado los que han gobernado porque los votantes también padecemos ciertos niveles de disonancia. “Ese político dijo, propuso o hizo algo que va en contra de mis principios, pero lo sigo apoyando”. Luego lo justifico con la clásica “todos los políticos son iguales, al menos este hace algo; o al menos este no roba tanto; o este es el menos peor”.
¿Tiene la 4T disonancia cognitiva? Algunas posibles señales:
- Prometer austeridad, pero vivir con privilegios. La bendita “austeridad republicana”.
- Critico la corrupción, pero protejo a mis aliados o afirmo que la corrupción ya no existe. “No mentir, no robar, no traicionar”.
- Ataco a quienes gobernaron antes, pero repito sus errores. “No somos iguales”.
- Exijo respeto a la soberanía nacional, pero intervengo en la soberanía de otros países. Bolivia, Perú, etc.
- Fracaso en resultados, pero “vamos requetebien”.
Lo que ha mandado estos últimos siete años ha sido la narrativa política de un proyecto que, tarde o temprano, parece que se dará un encontronazo con la dura realidad. ¿Acaso la presidenta Sheinbaum pudiera estar sufriendo un caso de disonancia cognitiva que ponga en riesgo los resultados de su sexenio y la verdadera transformación que persigue y necesitamos?
Supongo que, para andar en la política a esos niveles, cualquier político debe tener una buena dosis de disonancia. Pero incluso entre políticos supongo que los niveles de disonancia cognitiva importan. Ahí está el ejemplo, que merece estudios clínicos, de Trump. Él es capaz de moldear la realidad a una velocidad de treinta mentiras por hora. Bajar las medicinas en 800%, acabar con 8 guerras, todo es culpa de Biden, los precios han bajado, etc.
En el caso de nuestra presidenta se perciben estas señales de disonancia:
- Es científica, doctora en ingeniería, académica, pero no parece preocuparse por estudios técnicos, análisis de costo-beneficio o análisis de impacto ambiental para sus decisiones de política y sus proyectos clave. Lo racionaliza con eso de que el “pueblo bueno decide”.
- Ella se considera feminista, pero no es capaz de creerle a quienes denuncian acoso o violencia de género por parte de figuras de su movimiento o partido político.
- Habla de soberanía casi a diario, pero sabe que no podemos ser soberanos si nuestra economía no despega. Sostiene un Plan México con metas que la realidad no respalda. Para llegar a la meta de ser la décima economía del mundo debemos crecer al 5% o más, pero crecemos al 1% o menos.
- Somos un país humanista, pero cada mes asesinan a más de 2,000 mexicanos.
Me pregunto si en algún punto llegará ella y su movimiento a la parte de la enfermedad donde se siente culpa, frustración o vergüenza. O si de plano seguiremos con los otros datos, con el vamos bien, con el pueblo sabio y bueno, con las cajas chinas y, cuando el pan se acabe, comiendo soberanía.
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