
Para quien se anima a leer este espacio con cierta frecuencia, lo cual aprecio y agradezco, recordará que se ha tocado varias veces el tema de China como factor muy relevante en el contexto de la relación comercial con Estados Unidos y, en general, con la política industrial (inexistente por décadas) que pueda medio poner en marcha México.
Apenas en marzo pasado comentábamos que China era “el elefante en la habitación” que al parecer nadie quería ver cuando hablábamos de la avalancha comercial trumpista que se le venía encima a México.
En esa misma columna de marzo resaltábamos las siguientes cifras y horizontes de tiempo:
Hace 25 años, China tenía un superávit comercial con el mundo de unos $25,000 millones, o unos $2,000 millones cada mes.
En 2024, pasaron a un superávit comercial con el mundo de alrededor de $1,000,000 de millones (un trillón de dólares), o unos $83,000 millones cada mes.
Esto significa que su superávit comercial creció cerca de 16% anual compuesto por 25 años.
Solo para darnos una idea de lo que esto significa, el superávit comercial de China del último año es cercano al tamaño del PIB anual de México.
Por su parte, México y su supuesto “milagro comercial” calibre NAFTA vio sus exportaciones ir de $170,000 millones y sus importaciones de $180,000 millones de dólares anuales en 2000, a $617,000 millones y $625,000 millones, respectivamente, en 2024.
El déficit comercial se quedó más o menos sin cambio.
Hace 25 años el comercio entre China y México representaba menos de $3,000 millones de dólares (con déficit de $2,600 millones).
El año pasado, México tuvo un déficit comercial de ¡$130,000 millones! con China (el déficit creció un 28% anual compuesto los últimos 25 años) y muchos en México quieren hacerte pensar que eso es normal.
¿De qué carajos nos sirvieron tantos tratados comerciales para acabar entregando nuestro sector industrial y potencial de progreso a China en bandeja de plata?
¿Por qué parece que nadie quiere verlo?
Así, China multiplicó su saldo comercial favorable con el mundo por 40 veces entre el año 2000 y el 2024, mientras México no avanzó en materia de balanza comercial y se dedicó a consumir chino y ser un puente de China para Estados Unidos.
La mejor prueba de la trágica holgazanería de la (inexistente) política industrial mexicana de los últimos sexenios.
Así veíamos las cosas en marzo y en días recientes el gobierno ha dado indicios de que ya “le cayó el veinte” e intentará meter las manos y, al mismo tiempo, proteger su relación con Estados Unidos, imponiendo aranceles significativos a muchos productos chinos (y de otros países).
Sin embargo, como vivimos en un país kafkiano en el que pocas cosas hacen sentido, inmediatamente saltaron muchos comentaristas a criticar al gobierno por hacer lo que debimos hacer hace décadas: considerar la posibilidad de defendernos de la invasión de productos chinos y su efecto destructor sobre el sector productivo nacional.
Cierto, la 4T es frecuentemente chocante y su capirotada de ideologías amorfas rara vez hace sentido, pero debiéramos los mexicanos en general, pero sobre todo analistas y opinadores profesionales que tienen voz, pluma y micrófonos relevantes, ser capaces de cantar bolas y strikes, reconocer cuando algo tiene mérito y hace sentido, así lo haga el gobierno por inercia o por coquetearle a Trump.
También, quienes dicen defender al empresario mexicano de a deveras -no los dueños de carteles económicos, oligopolios, monopolios y concesiones-, deberían haber estado exigiendo terreno parejo ante la epidemia de tratados comerciales que nunca consideraron que un empresario mexicano de los de carne y hueso que compite diariamente (no los del CCE y favoritos), al que le prestan poquito dinero, al 15 o 20% (si es que califica), le cobran impuestos del 30% más el 10% de PTU, más los derechos de piso del crimen organizado (o del crimen oficial de gobierno), que tiene que pagar costos de extorsión para que la CFE le haga llegar la electricidad a su empresa, con un gobierno que solo hace las cosas más difíciles, no puede competir en México o en los mercados de exportación contra un empresario extranjero al que le prestan mucho y al 5 o 10%, al que le cobran entre 15 y 25% de impuestos, que goza de estado de derecho en su país, que cuenta con servicios públicos en tiempo, forma y a costos competitivos, con gobiernos promotores que buscan facilitar procesos y trámites.
Encima, el empresario mexicano carga con una política monetaria dedicada a sostener un peso relativamente sobrevaluado cuando otros países, como China, hacen lo contrario, generando una desventaja enorme para el mexicano.
No señoras y señores, no podemos estar en contra de detener, a como dé lugar, la avalancha de productos chinos que llegan como si fueran plaga de langostas, acabando con todo lo que encuentran a su paso.
No podemos defender ciegamente “el derecho de los mexicanos a importar cosas baratas” sin darnos cuenta de que sin trabajos que produzcan en México eventualmente al mexicano se le acabará con qué comprar productos chinos baratos.
No se puede regalar dinero para que el mexicano solo gaste en el corto plazo en productos chinos o de monopolios; eso sería suicida.
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