La Caja de Petri

Ética y Anticorrupción en las Empresas II

¿Estamos combatiendo la causa correcta?

Viene de la primera parte
Segunda parte

En la primera entrega de esta reflexión terminé mi comentario apoyado en las observaciones de Enzensberger[1], en donde afirmo que el fenómeno de corrupción en la iniciativa privada se entiende también como una forma adicional de hacer negocio, solo que con otros medios.

De ninguna manera concluyo que la corrupción es sinónimo del actuar de una empresa. Nada más alejado de ello.

Sin embargo, asumir en automático que por tratarse de la iniciativa privada se está exento de actos de corrupción y que las altas esferas de la cultura empresarial jamás tienen algo que ver en ello, me recuerda el optimismo miope de Cándido, el personaje más acabado para mi gusto de la obra de Voltaire[2], quien, al parecer, su existencia es un empeño por no dar cuenta de la evidencia que se postra ante sus ojos.

Dicho de otra forma, la actuación alejada de la ética siempre será una opción disponible para aumentar la participación de mercado, conseguir proyectos públicos, aumentar la percepción de valor de la empresa, o evitar sanciones regulatorias, solo por mencionar alguna de las manifestaciones más recurrentes.

Con esto en mente, terminaré de explicar los dos fenómenos restantes más comunes para entender mejor las conductas poco éticas de la actividad empresarial:

  1. El culto por la certificación.
  2. El cínico policía.

El culto por la certificación

En enero de 2017, la compañía Eni[3], una multinacional de origen italiano que opera en el sector energético, anuncia con orgullo en un comunicado de prensa[4] que había completado su proceso de certificación en el Programa de Cumplimiento Anti-Corrupción llevado a cabo por una firma auditora local y de acuerdo con los estándares y requerimientos del ISO 37001en su versión 2016 y en sintonía con el principio de “cero tolerancia” descrito en su Código de Ética.

El anuncio es relevante por dos razones principalmente. Primero, porque este comunicado al público se entendía como una especie de espaldarazo al naciente estándar internacional que apenas tenía un año de vida. Segundo, porque las secuelas del escándalo de corrupción del caso Oderbrech[5] seguían ocupando espacios en la opinión pública que ponían en tela de juicio la actuación ética de los grandes consorcios internacionales, sobre todo en sus operaciones en países considerados como menos desarrollados.

Hasta ahí, las cosas sugerían que el naciente ISO 37001 era algo así como el fuego de Prometeo que vendría a liberar y contener la tentación empresarial de caer en las garras de la corrupción.

 

Pero para la primavera del 2018, la corte de Milán inicia procedimientos de investigación alegando que Eni y la petrolera holandesa Shell, utilizaron recursos para pagar sobornos al gobierno de Nigeria para obtener derechos de perforación en el mar. Se trataba de aproximadamente de USD $1.1bn pagados en el 2011 a las autoridades nigerianas. Tres años después, en marzo del 2021, la corte italiana absuelve a las empresas petroleras no sin un costo alto para  la reputación de las mismas y de dudas en el proceso de impartición de justicia italiana.

Una raya más al tigre. En abril de 2020, la agencia reguladora estadounidense SEC (Securities and Exchange Commission) anuncia un arreglo por el caso más grande de corrupción con una compañía italiana, en donde se presume sobornos para autoridades de Algeria, a través de la empresa subsidiaria Saipem, para obtener contratos de por lo menos USD $10bn. Eni aceptó pagar una multa por USD $24.5 millones, sin negar o afirmar las acusaciones.

¿Qué pasó entonces con el proceso de certificación Anti Soborno? ¿Qué es lo que falló? ¿El proceso mismo de certificación, las empresas certificadoras, los marcos regulatorios y las leyes italianas, la estructura del ISO 37001 o la Alta Dirección de Eni?

La respuesta que encuentro más sensata es que se trata de una combinación de todo. Este es un rompecabezas en la cual lo ocurrido con Eni, nos invita a alejarnos de las narrativas triunfalistas y cándidas, pero sobre todo a reflexionar sobre algunas de las principales áreas de oportunidad de este ISO:

  • El contenido del ISO 37001 está aún en proceso de maduración. Su enfoque a la mitigación de controles financieros es al parecer, el área de oportunidad más grande en la que concluyen expertos en la materia. Además de que en la articulación de sus protocolos con la de los organismos correspondientes de cada país, se advierten disputas políticas que se alejan de la naturaleza propia de la certificación y que restan importancia al propio ISO. Los procesos derivados de las reglamentaciones locales, siempre tendrán prioridad. Para efectos prácticos el ISO 37001 no tiene dientes y eso le resta potencia.
  • Empresas certificadoras de dudosa efectividad. Estamos en presencia de una industria muy atractiva de miles de millones de dólares estadounidenses[6], por lo tanto, es de esperar que surjan compañías poco profesionales que vendan una experiencia construida a partir de cursos al vapor para capturar algo de esa lucrativa industria. Más aún, de aquellas empresas globales que se presentan como insignia, como el caso de las “Cuatro grandes”, de las que se esperaría más pulcritud en sus procedimientos, se han registrado fallas importantes en los servicios que entregan. El proceso de certificación está lejos de ser una herramienta  a prueba de fuego.

Por otra parte, el área de oportunidad que encuentro más relevante porque involucra a todos los procesos de certificación en estos temas vinculados a los aspectos ASG, es la siguiente:

  • Ilusión de cumplimiento. Poca duda cabe que los procesos de certificación se convierten en una moda y certificarse es en no pocas veces, un asunto de estatus, de “salir en la foto” solo por el hecho de que no hacerlo, se afecta la reputación de la empresa.

Esta confusión de prioridades facilita las condiciones para promover incentivos perversos que hacen de la certificación un culto por contar con el distintivo o con el certificado, como si esto fuera condición suficiente para instalar cambios una cultura organizacional. El resultado es que se desarrolla una falsa sensación de cumplimiento en toda la organización. La certificación termina siendo cómplice de poner los malos hábitos y los vicios debajo de la alfombra. A la vez que promueve un estado de autoengaño pues, “ya certificados, hemos cumplido”.

El cínico policía.

La existencia de una figura externa de auditoría es indispensable para que cualquier sistema anticorrupción funcione con cierta efectividad, dado que resulta necesario que alguien que no comparta los mismos intereses que la empresa auditada, garantice objetividad en los procesos de evaluación de las prácticas a ser evaluadas.

En esta lógica, es común que esta figura se perciba así misma como una especie de autoridad moral en la que no cabe el error, pues la confianza y la reputación son los principales atributos que se ofrecen como ventaja competitiva para contratar los servicios de auditoría externa. Pero este “halo” protector de moralidad, es también un tema que merece ser revisado a profundidad. Como muestra, el siguiente botón.

En diciembre del 2020, las autoridades alemanas iniciaron una investigación por fallas en procesos de auditoría de las operaciones europeas de EY, una de las “cuatro grandes” compañías de auditoría a nivel mundial.

El asunto se desprende de una investigación que el diario inglés Financial Times[7] reportara años antes, sobre prácticas fraudulentas de contabilidad de la empresa financiera y de tecnología de procesamiento de pagos, Wirecard AG.[8]

En el 2008, Wirecard habría contratado los servicios de EY como reacción a las sospechas de ciertos accionistas debido a depósitos de clientes que fueron contabilizados como recursos en efectivo de la empresa y con márgenes extrañamente altos. Después de la auditoría, EY concluyó que no encontró anomalía alguna. Al siguiente año, esta firma se convirtió en el auditor de Wirecard.

A pesar de ello, las sospechas y denuncias continuaron desde entonces hasta que en junio de 2020 se encontró un faltante de USD $2 billones el cual demostró la existencia de sistemáticas prácticas fraudulentas de por lo menos una década atrás, en donde algunos miembros de la alta dirección habían construido una red de compañías que se utilizaron para el desvío de recursos.

Jan Marsalek, el austriaco de 41 años y ex COO (Chief Operation Officer) de Wirecard, es señalado como uno de los principales sospechosos de articular el fraude y actualmente es uno de los hombres más buscados por la Interpol.

Este asunto no es un incidente aislado, como nos vendería el publirrelacionista contratado para desarrollar una estrategia de comunicación de control de daños de EY. El 2020 fue particularmente complejo para esta firma de servicios de auditoría, pues al escándalo de Wirecard se suman el de NMC Health, una cadena importante de servicios de salud de los Emiratos Árabes y del de Luckin, la cadena china de tiendas de café que compite en la industria con Starbucks.[9]

En respuesta a la enorme presión pública sobre el desempeño de esta firma, EY anunció en septiembre de este año que invertirá USD $2bn durante los próximos tres años para mejorar la calidad de sus procesos de auditoría.

Es temerario afirmar que estas fallas en los procesos de auditoría son exclusivas de una sola firma. De acuerdo con datos del 2019 de la organización sin fines de lucro PCAOB (Public Company Accounting Oversight Board), los procesos de auditoria en los Estados Unidos de las llamadas “cuatro grandes, (Deloitte & Touche; Ernst & Young, EY; KPMG y PricewaterhouseCoopers, PwC) presenta un promedio de 30% de auditorías con fallas importantes. De ser así, el servicio de auditoría que ofrecen no es tan infalible como se da a entender en sus respectivos portales.

 

 

En perspectiva, independientemente de la complejidad de los marcos regulatorios vigentes y de las inversiones en actualizaciones de cada firma de auditoría, no es descabellado pensar que este tipo de fenómenos seguirán presentándose. Hay evidencia histórica suficiente para demostrar la recurrencia de este tipo de prácticas poco éticas. En estos casos, las posibilidades de contubernio o por lo menos la opacidad y desaseo en algunos servicios de auditoría externa, también representan una extensión de la forma de hacer negocios para el auditor. La pregunta que cabe es: ¿Quién cuida entonces al policía?

Finalmente habría que apuntar que en materia de los esfuerzos para hacer de la ética un componente integral en la toma de decisiones del mundo corporativo, es fundamental entender que la existencia de elementos como un código de ética o una certificación en ISO 37001, o prácticamente cualquier otro dispositivo, no garantiza una alineación de la actuación de los integrantes de la empresa. Crear cultura lleva tiempo y no se construye a partir de talleres, campañas de comunicación interna, o firmas de acuerdos de cooperación, tan socorridos en la actualidad.

Por supuesto no se debe medir con la misma tabla a todos los casos. Pero ayuda a identificar en dónde están los avances: si en el terreno de las declaraciones y el andamiaje cosmético, en las acciones en la operación del día con día o en la suma de la cadena de toma de decisiones del estilo de mando de cada empresa.

No habrá que olvidar que el acuerdo con un código de valores no implica patrones similares de actuación en un mismo grupo de individuos, como bien lo observó Nietzsche desde el siglo XIX.[10]

Se requiere, al final del día, instalar un sistema de contrapesos interno que alerte con anticipación y frene este tipo de conductas empezando siempre por los hombres que concentran el poder en una organización, sin distinción del lugar que ocupan en el organigrama.

La reflexión es una: El desempeño ético no es una mercancía que se obtiene por medio de diplomas, cursos, auditorías, certificaciones. O se instala en la cultura de la organización y se refleja en la cadena de decisiones, o no existe.

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[1] Enzensberger Magnus Hans, “Politics and Crime”, Seabury, 1974

[2] Francois-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire fue un ensayista, filósofo e historiador de la ilustración francesa que destacó por su crítica al absolutismo, promotor de la libertad de culto y de expresión. Voltaire, Cándido o el optimismo, Penguin Clásicos, 2016.

[3] ENI es considerada una de las siete compañías petroleras más grandes del mundo. Opera en 66 países y tiene un valor de capitalización de mercado de US$36.08 billones. Es una de las “joyas corporativas” de Italia, y el gobierno italiano es dueño de un tercio de las acciones.

[4] https://www.eni.com/en-IT/media/press-release/2017/01/eni-becomes-the-first-italian-company-to-obtain-the-iso-370012016-antibribery-management-systems-certificate-of-conformity-for-its-anti-corruption-compliance-program.html

[5] En 2016, Marcelo Oderbrecht, CEO de la compañía, fue sentenciado con 30 años de prisión por pagar sobornos para asegurar contratos de obra pública en al menos doce países.

[6] Solo en los Estados Unidos, el tamaño de este mercado para la industria de certificaciones ISO en el 2018 fue evaluado en más de diez mil millones de dólares. Fuente: https://blog.volkovlaw.com/2017/10/iso-37001-good-bad-ugly-part-ii-v/

[7] https://www.ft.com/wirecard

[8] Wirecard es una empresa global fundada en 1999, que en el 2018 reportó ingresos por €2,016 millones y 5,300 empleados.

[9] https://www.forbes.com/sites/erikakelton/2020/07/06/eys-shameful-year–nmc-health-luckin-wirecard-and-a-failed-attack-on-a-whistleblower/

[10] Nietzsche Friedrich, Más allá del bien y del mal

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