La Caja de Petri

Ética y Anticorrupción en las Empresas I

¿Estamos combatiendo la causa correcta?

Primera parte

 

Que en las empresas se hable de la existencia de prácticas institucionalizadas de corrupción en la iniciativa privada, es generalmente un evento que ocurre en los pasillos, en las conversaciones en corto. Es el fenómeno que todos saben que está, pero que no existe.

Acordaremos que cualquier conversación o análisis sobre los fenómenos éticos y los esfuerzos para combatir la corrupción, tanto en los espacios públicos como privados, atraviesa invariablemente por un marco deontológico. Es decir, se ajustará a un conjunto de interpretaciones que definen qué es el bien y, por lo tanto, qué es el mal.

A partir de aquí, la propuesta es no olvidar que cuando se observan conductas no éticas en la vida de las empresas o en casi todo espacio, se caerá irremediablemente en defender o atacar un esquema moral construido a partir de un principio de interpretación propuesto hace dos siglos por Federico Nietzsche[1]: el malo, en este caso, el corrupto, siempre será el otro.

Arrancar desde aquí nuestra observación de los acontecimientos no éticos en la vida empresarial o en la efectividad de los dispositivos aplicados para su combate -desde un código de ética, políticas de cumplimiento, sistemas de denuncia anónima, tecnología de vigilancia, etc., nos obliga a estar conscientes que la omisión más importante que presenta esta forma de entender el fenómeno de la corrupción es que no se habla en primera persona. El “Yo” deja de ser un actor activo en la dinámica de corrupción. Nada más alejado de la evidencia, como veremos más adelante.

Nuestra obligación, por lo tanto, es considerar la posibilidad de que ese “Yo”, es también causante o promotor de este tipo de conductas.

En este sentido, destaco cuatro principales fenómenos que con mucha frecuencia encuentro como enemigos de una acertada identificación de una conducta poco ética y de la efectividad de las herramientas para corregirla. En esta primera parte, abordaré las dos primeras.

  1. Las manzanas podridas
  2. La sociedad libre de pecado
  3. El culto por la certificación
  4. El cínico policía

 

El desgastado recurso de las manzanas podridas.

En diciembre del 2013 el periódico Los Angeles Times[2] dio a conocer una investigación por fraude en uno de los bancos más antiguos y emblemáticos de los Estados Unidos; el cuarto en tamaño, para ser exactos: se trataba de Wells Fargo.

Para mediados del 2016, John Stump, entonces CEO de Wells Fargo, seguía insistiendo que unas cuantas “malas manzanas” y no una cultura de gestión, eran la principal razón por la cual empleados de esa institución habían creado cerca de 3.5 millones de cuentas de cheques, tarjetas de crédito y pólizas de seguro, sin el consentimiento de sus cuentahabientes.

El mismo octubre del 2016, John Stump renuncia como CEO, dejando a su predecesor la difícil tarea de reconstruir la reputación del banco y cambiar radicalmente la agresiva cultura de gestión de ventas cruzadas para cumplir con metas de ingreso y compensación, que a la postre sería identificada como la principal causa de este icónico hecho.

Aproximadamente 5,300 empleados fueron despedidos y para principios del 2020, el banco había pagado alrededor de $2.7 billones de dólares americanos por demandas y multas[3]. Ninguno de los responsables de la toma de decisiones en el banco de aquel entonces, ha puesto un pie en la cárcel.

Mucho se ha escrito al respecto para hacer de este evento un caso de negocio que circula en las aulas y en las empresas como un contundente ejemplo de cómo detectar y mejorar los sistemas éticos y de anticorrupción en las empresas. Un buen resumen de ello, lo encontramos en un breve artículo de la Universidad de Wharton que se titula “Wells Fargo: Lo que se requiere para limpiar el desorden.”[4]

Encuentro que en casi toda la tinta derramada al respecto se repite la metáfora de la manzana podrida: es Wells Fargo, sus prácticas, y su equipo directivo el que falló. El artículo de Wharton no escapa de esta tentación.

Sin embargo, el socorrido uso de esta metáfora me resulta incómodo pues propone que el fenómeno de la corrupción en la iniciativa privada es, más bien, algo puntual. Es decir, no estructural.

El filósofo y lingüista de la Universidad de Berkeley en California, George Lakoff[5], afirma que la construcción de metáforas determina un marco valorativo para interpretar los acontecimientos a favor de una causa o postura dominante. Bajo el paraguas de su reflexión, me parece que en estas narrativas que algunas de las escuelas de negocios ofrecen a los círculos empresariales para reflexionar sobre la ética empresarial, contienen estructuras cognitivas poco críticas que buscan proteger la actividad empresarial al recurrir al desgastado, pero eficaz argumento de la manzana podrida.

Al señalar que son los instrumentos de control o la falta de ellos; la desmedida ambición de algunos ejecutivos; las carencias tecnológicas; o cualquier otro dispositivo adjudicable a una sola entidad privada, lo que se pretende es aislar el fenómeno y evitar la conversación que, en mi opinión, hay que visibilizar y problematizar mucho más: tratar a la corrupción como un componente, no como un accidente, en la forma de hacer negocios.

Regreso a la provocación nietzscheana. Este cuento de las manzanas podridas se observa con claridad en una de las conversaciones que no están en la esfera pública, en una de las preguntas que no se hacen en los estudios que normalmente se utilizan como referencia[6]: Se trata de preguntar al CEO, o director general: ¿Hasta dónde su forma de gestionar el negocio contribuye a normalizar una conducta poco ética en la industria donde opera?

 

El mito de la sociedad impoluta.

Hablar de ética empresarial y medidas anticorrupción sin considerar el contexto y las fuerzas sociales y políticas a las que se somete la actividad de la iniciativa privada, es ingenuo e impreciso.

No se trata de usar un argumento estructuralista para exculpar la responsabilidad de la empresa y suponer que es siempre víctima de condicionamientos sociopolíticos inherentes a su propia industria o país donde tiene presencia. Más bien la tarea es también observar con detalle el ambiente y condiciones económicas que aumentan la propensión a la corrupción, como lo advierte Rafael Di Tella, investigador de la Universidad de Harvard. [7]

De regreso al 2016. En aquel entonces iniciaba un proyecto de consultoría a una empresa de la industria de alimentos y bebidas con presencia internacional. Durante los recorridos en prácticamente todas sus plantas productivas y centros de distribución en América Latina y en Asia, uno de los elementos que aparecieron de manera constante al elaborar el mapa de riesgos de sus operaciones fue el de la corrupción motivada por mecanismos de extorsión social.

En lo material, se trataba de exigencias de individuos u organizaciones sociales que, desde un pequeño poblado o colonia generalmente afectadas económicamente, exigían algún tipo de pago en especie o en dinero al chofer de una unidad repartidora de productos, para “permitir” la entrada de dicha unidad a dejar sus productos en los establecimientos comerciales de la colonia en cuestión.

La decisión para el chofer, las áreas de logística y comerciales de la empresa representaba claramente una disyuntiva: acceder e institucionalizar una práctica que claramente violaba su Código de Ética y política de legalidad con tal de no perder participación de mercado, o, cumplir con su política y reportar pérdidas en las ventas y presencia de la competencia, en el poblado en cuestión. Sobra decir que recurrir a la autoridad solo aumentaba los niveles de extorsión.

El fenómeno es de suyo relevante, dado que evidencia lo parcial de algunos discursos políticos acerca de que la sociedad se conducirá siempre y sin dudarlo, bajo principios éticos.

Regresando a las metáforas de Lakoff, esta relación empresa-sociedad opera en la lógica de víctima y victimario. Cuando se trata de eventos de corrupción, claramente el papel de la víctima es la sociedad. Pero cuando la dupla es gobierno-empres, es esta última quien, en automático, se presenta como el agraviado. Esto solo confirma el uso maniqueo del argumento moral.

El fenómeno que en algunas culturas se conoce como “diezmo social”, da cuenta de una cultura delictiva que no se problematiza lo suficiente por los evidentes costos políticos asociados. Son contados los casos de negocio que documentan estos eventos y los incorporan a ejercicios más realistas parta evaluar casos de exposición real a situaciones de corrupción.

Quienes otorgan el beneficio de la duda a los grupos sociales que incurren en este tipo de prácticas, lo hacen justificando la asimétrica relación de poder entre la empresa y la sociedad, argumentando una especie de mecanismo de redistribución de la riqueza. Sin embargo, esta aproximación tiene un inconveniente: esta conducta no solo se manifiesta en contra de la gran empresa, sino de también de la pequeña y mediana, en donde la asimetría se diluye. El diezmo social no solo opera en contra de la gran empresa.

En contextos complejos en los que se opera en mercados facilitadores y promotores de prácticas poco éticas, la reflexión que dejo en la mesa, retomando el apunte que hiciera el ensayista y poeta alemán H. M. Enzensberger, es si la corrupción en estos casos no es más que “la extensión de hacer negocio con otros medios”. [8]

Ir a la Segunda Parte

[1] Nietzsche Friedrich, On the Genealogy of Morality and Other Writings, Cambridge Texts, 3rd Edition, 2017

[2] https://www.latimes.com/business/la-fi-wells-fargo-sale-pressure-20131222-story.html

[3] https://www.forbes.com/sites/jackkelly/2020/02/24/wells-fargo-forced-to-pay-3-billion-for-the-banks-fake-account scandal/?sh=543f971c42d2

[4] https://knowledge.wharton.upenn.edu/article/wells-fargo-scandals-will-take-clean-mess/

[5] Lakoff George, Dean Howard, “Don’t Think of an Elephant!”, Chelsea Green Publishing, 2014

[6] Ejemplos como la Encuesta anual sobre Delitos Económicos de PWC o el Reporte Anual ABC de Kroll.

[7] Ades, Alberto, Rafael Di Tella. “The New Economics of Corruption, a Survey and Some New results”, Political Studies 45, no 3 (summer 1997).

[8] Enzensberger Magnus Hans, “Politics and Crime”, Seabury, 1974

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