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¿Cómo es Nueva Orleans? – Un pequeño ensayo de viaje

Una ciudad con una historia muy rica y compleja, hija del colonialismo, asentada en un pantano otrora insalubre, fue la puerta por la que los franceses entraron al valle del Misisipi y desde ahí trataron de colonizar un inmenso territorio al que le dieron el nombre de su rey.

La Luisiana francesa fue uno de los cotos más deseados de Norteamérica y los estadounidenses no dudaron en pagar por ella primero, y defenderla a ultranza después. Era la ruta de salida de mercancías para una inmensa nación. “La Ciudad del Cuarto Creciente» se transformó en la llave del medio oeste.

Pero más allá de geografías e historias, esta es una ciudad con alma y mucho sentimiento. Una población única que carece de comparación; que no tiene ningún problema en definirse a su propia manera.

Gracias a sus propios orígenes tiene ese sabor deliciosamente criollo, tan cercano a la Francia colonial, al África mística de hombres y mujeres forzados a emigrar que solo pudieron traer con ellos ―en la terrible jornada atlántica―, a sus dioses, su cultura y sus ritmos acompasados cuyo virtual poder, como si de vudú se tratara, se encargaría de forjar géneros musicales con el paso de los siglos.

Su espíritu criollo es como su comida: picante, especiado, libre. Es una ciudad que canta, que rinde un culto muy sensual, casi erótico, a la música que en ningún momento permanece cautiva. Circula libre por las viejas calles de piedra y los portales de herrería que rematan los cielos del Quarter francés sin que nada ni nadie la detenga.

Esa música es su alma y su más preciada posesión. Forjada con las notas del jazz y del blues interpretadas por sus hijos e hijas que desfilan carentes de atavismos. Ritmos que son imposibles de controlar dentro de las jaulas de la convencionalidad, de mantener atrapados en los fríos cánones de lo establecido.

Sus ciudadanos favoritos son sus músicos. Seres libres que se instalan en sus encrucijadas y que atestan sus locales dedicados ―más bien consagrados― a los ritmos que cruzaron el mar y que siglos después siguen cantando el amor y la infidelidad, la felicidad y la desdicha. Los avatares del alma humana expuestos en cadencias de maderas y bronces.

Notas que incitan a mover el cuerpo al más arrítmico hijo de la “normalidad” y que provocan la entrega a esa sensual maravilla auditiva sin condicionante alguna. A sentir el flujo de los acordes a través del cuerpo y del alma como si de corriente eléctrica se tratara.

Una ciudad que es salvajemente festiva, que no se limita y que no se cohíbe a la hora de exhibir sus tristezas y sus alegrías, pero a la vez, que carece de preocupaciones para volcarse con toda el alma al disfrute y al festejo.

La calle es una enorme fiesta iluminada, sin límites para los sentidos, sin controles creados desde la artificialidad; sin la preocupación del futuro y con la seguridad de que mañana será otro día. El goce es el común denominador.

“The Big Easy”, le dicen, por la actitud que sus habitantes, y la infinidad de músicos que la pululan, tienen ante los avatares de la vida.

Los que ahí viven han permeado la desinhibición y han logrado envolver su alma en ese halo musical por lo que gozan de un espíritu amable así como dadivoso: el alma latina y africana en plena fusión que no desprecia, más bien, compadece la estrechez, lo insulso y la culpa autoinfligida del anglo protestante que lo mira desde su autoasignada superioridad moral, al que le cuesta trabajo comprender y aceptar la actitud ante la vida de los que viven en semejante estado de despreocupación.

Gente que no escatima una sonrisa, una palabra amable o una actitud amistosa con quien viene de fuera: mi mejor amigo por cinco minutos, no importa que jamás lo vuelva a ver.

Una ciudad carente de cortapisas moralistas e hipócritas. Una ciudad para la que el pecado consiste en perder el deseo por disfrutar la vida. Una ciudad privada de atavismos y de límites impuestos desde una propia y falsa moral.

Disoluta por el simple placer de serlo, musical porque así se lo exige su sangre, hedonista porque sabe que es la única forma de enfrentar la cruel realidad de este mundo…

Así es Nueva Orleans.

(… y también tiene un equipo de futbol americano)

La foto es de mi gran amigo Jaime Gutiérrez Casas (@JGutierrezCasas)

Armando Reygadas
Viví la revolución digital en carne propia; di mis primeros pasos en medios tradicionales impresos y la radio AM; desde ahí salté a Internet. Comunicador especializado en tecnología, redes sociales, medios digitales y marketing en línea; me dedico a la ‘blogueada’ desde los 90s y participo en varias publicaciones como Reseñando.com y Conexionistas.com.mx donde tenemos un podcast.

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