Rusos marchando, muy gallardos con sus uniformes de vivos rojos y con un paso marcial que hasta ganas dan de ir a tomar Berlín.
Recuerdos de otras eras, en que el ejército rojo se había proclamado vencedor de la conflagración mundial y todo mundo respetaba a los soldados del pueblo soviético que, con arduos sacrificios, habían arrojado de la sagrada patria a los nazis invasores y habían recorrido todo el camino hasta la capital enemiga para darles el castigo que merecían.
Un ejército que presume de un heroísmo deslumbrante, pero que también ha sido protagonista de los hechos más oscuros: que ejecutó a cientos en los bosques de Katyn, que marchó sobre las calles de Budapest y Praga, que trajinó los caminos de Asia central siguiendo los pasos de lo colonialistas británicos para también ser ridiculizados en las secas colinas de Afganistán.
De Ucrania, mejor no hablamos.
Un ejército que apenas es la sombra del que presumía “la otra” superpotencia, ese mundo alternativo al malvado y ruin capitalismo estadounidense. Un ejército que representaba los ideales que detuvieron a las fuerzas imperialistas en las frías montañas de Corea o los húmedos arrozales de Vietnam; el inmenso poder que patrocinó la transformación de Cuba en “territorio libre de América”.
El ejército del imperio anti-imperio
Para muchos ese ejército sigue representando al antiyanquismo ramplón que pretende vendernos la idea sin matices de que, si uno es malo de toda maldad, el otro es bueno de toda bondad.
De los que recurren a viejos —pero reales— rencores para tirarse de cabeza ante lo contrario sin detenerse a pensar en la realidad, en la propia orgía de horrores que nada tienen que envidiar a los cerdos capitalistas de enfrente.
No hay nada más humano que “apagar” el criterio para arrojarse con los ojos cerrados y de cabeza a la ideología o al caudillo de la devoción particular, sin intentar entender, sin intentar aprender.
Llevar al extremo máximo el principio de “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo” y lanzar así, por la borda, todos los ideales que presumimos. Perdonar las salvajadas simplemente por el hecho de que no fueron cometidas por el salvaje al que odiamos.
Cambiar a Moctezuma por Cortés; cambiar a Hitler por Stalin; cambiar a Somoza por Ortega…
¿Esa es la lógica?
Es una pena ver a militares rusos marchar por las calles de mi ciudad.