
Transhumanismo 01
Aquí puedes escuchar el texto:
¿Quién quiere ser “transhumanista”?
¿Quién quiere vivir muchas décadas más? ¿Tener superpoderes? ¿Olvidarse de los inconvenientes de un cuerpo físico?
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La idea del Transhumanismo surgió directamente de las corrientes de eugenesia del siglo XIX.
En 1883, Francis Galton introdujo el concepto de “buscar los mejores genes” para lograr una mejora en la especie humana. A este concepto lo llamó eugenesia, palabra que deriva del griego y significa “bien nacido” o “buen nacimiento”.
Podría decirse que Galton desarrolló sus ideas bajo la influencia de su primo, Charles Darwin, el precursor de la teoría de la evolución. Pensó que si las especies evolucionan de manera casual, era momento de tomar en manos comprometidas ese proceso y transformarlo en un programa para “mejorar” a los integrantes de la especie.
Este tendría que realizarse mediante el fomento del emparejamiento de personas con “genes buenos” y medidas tan drásticas como la esterilización para aquellos que no contribuyeran de buena manera al acervo genético de la humanidad.
Galton veía la posibilidad de llevar a la raza humana a una nueva altura realizando un severo programa de nacimientos controlados.
Aunque a la vuelta del siglo el concepto fue abrazado por muchos e incluso llevó a la creación de sociedades de gran activismo, después de la segunda guerra mundial —y los horrores del nazismo— el concepto fue siendo abandonado de manera gradual.
Fue precisamente uno de estos “eugenistas” quien presentó las primeras ideas del transhumanismo: Julian Huxley, quien lo asentó en un ensayo que escribió en 1957.
Hablando de parientes que logran ejercer influencia: Julian era hermano de Aldous Huxley, el autor de la novela “Un mundo feliz”. Como es sabido, este texto narra una sociedad futura en la que se llega a una utopía gracias a la tecnología, las drogas controladas y, por supuesto, la eugenesia.
En la novela los seres humanos eran criados a partir de planes eugenésicos para así lograr talento privilegiado o mano de obra sumisa, según fuera la casta a la que iba a pertenecer.
Sin duda, la idea de una sociedad perfecta donde cada quien permanece en su sitio y hace su trabajo sin quejarse, era muy atractiva para quienes creían que el establecimiento de una cultura uniforme sería la solución a todos los problemas.
El ensayo que publicó Julian llevaba el título de “Transhumanismo”, donde definió el concepto de la siguiente manera:
“El hombre permaneciendo hombre, pero trascendiendo a sí mismo, al darse cuenta de nuevas posibilidades de y para su naturaleza humana”.
La gente debía trascender sus limitaciones biológicas mediante el uso consciente de la ciencia y la tecnología. El transhumanismo era una forma de evolución, una continuación del proceso natural pero con la guía de la inteligencia humana.
Ocurre que el mundo muchas veces no está preparado para ciertas ideas y fue hasta varias décadas después que los postulados de Huxley comenzaron a tomarse en serio. Hay que recordar que la tecnología disponible en los años cincuenta —para la gente común— no había pasado del transistor.
El término sólo fue retomado en los años ochenta y noventa por pensadores como Max More y Nick Bostrom, quienes lo convirtieron en una corriente filosófica formal de la cual hablaremos más adelante.
El ensayo de Huxley tiene claras connotaciones eugenésicas pero tal vez su gran mérito sea el de “ver hacia adelante”; no buscar la perfección de origen sino utilizar lo que ya se tiene para alcanzar esa mejoría.
Para finales del siglo veinte la idea del Transhumanismo todavía parecía parte de la ficción especulativa, mejor conocida como Ciencia Ficción.
Sin lugar a dudas, el transhumano más conocido en esa época era el malvado Darth Vader, personaje que por culpa de sus heridas (en ese entonces no sabíamos quién se las había hecho) utilizaba una serie de agregados tecnológicos que le ayudaban hasta para respirar.
No resultaba muy atractivo.
En 1984 William Gibson, publicó la novela fundacional del género ciberpunk de nombre “Neuromante”. Ubicada en un futuro relativamente cercano, fue una de las primeras en imaginar un ciberespacio así como la realidad virtual.
El protagonista de la novela, un hacker de nombre Henry Dorsett Case, sufre de uno de los más crueles castigos en una era de superinformación. Luego de ser acusado de robar a sus empleadores, los implantes cerebrales que utilizaba para conectarse de manera directa a la red le fueron destruidos y él condenado a vagar en el mundo real sin posibilidades de ejercer su profesión.
Para recuperar sus capacidades previas requería invertir una gran cantidad de dinero que no tenía y que —por culpa de su incapacidad de acceder al mundo virtual— jamás podría reunir.
Un auténtico paria rebasado en todos los sentidos por una sociedad repleta de personas “mejoradas”.
Gibson describe un mundo donde las personas se pueden implantar todo tipo de dispositivos si se cuenta, por supuesto, con el dinero suficiente: sistemas para inyectar sustancias estimulantes o tranquilizadoras, huesos superrresistentes, armas ocultas en el interior del organismo, lentes para visión mejorada con zoom o capacidad infrarroja, uñas asesinas retráctiles, traductores automáticos y un muy largo etcétera.
Imaginó un universo completo habitado por transhumanos.
Insisto, este es un tema de ficción, pero es muy interesante la forma en que Gibson adelanta la posibilidad de una sociedad con seres superiores donde la ciencia y la tecnología no son de ninguna manera la fuerza transformadora espiritual, imaginada de manera tan ingenua por Huxley. Por lo contrario, una repetición más brutal y más cruel de la realidad que hoy nos rige en términos de diferencias sociales.
El Mundo Feliz no fue la solución; es el universo brutal de Neuromante el que parece, a pesar de su oscuridad y pesimismo, la opción que una sociedad como la nuestra podría terminar adoptando.
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Creo que no me equivocaría al decir que, si salgo a la calle a realizar una encuesta para preguntar a la gente algo así como ¿usted tomaría una píldora que le ayude a revertir la vejez y aumentar su esperanza de vida en 20 años? o ¿estaría dispuesto a utilizar un dispositivo en el cerebro que le ayude a obtener una ventaja sobre sus competidores?
No es difícil llegar a la conclusión de que la mayoría de la gente respondería de forma afirmativa. La perspectiva de alargar nuestras vidas o de obtener ventajas sobre los demás para progresar suena muy atractivo. Y como las leyes del mercado establecen: a mayor demanda…
¿Qué implicaciones éticas y sociológicas tendrían este tipo de “dispositivos”?
¿Quiénes serían los beneficiados?
¿De qué manera podría profundizar, aún más, las diferencias entre las clases privilegiadas y la gente común?
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En la próxima entrega analizaremos un texto que revisa las implicaciones que podría tener la creación de un grupo privilegiado con mejoras biológicas o tecnológicas.
Encuentra aquí más entregas de Tecnosimbiótica
También lo puedes escuchar en Spotify:
El ensayo de Julian Huxley:
https://2024.sci-hub.se/4139/945289c00ebdf385aa9769f441a2d956/huxley1968.pdf
La novela de William Gibson
https://www.amazon.com.mx/Neuromante-William-Gibson/dp/8445076620