Turbamulta

Libros peligrosos

Los libros son peligrosos, se sabe.

En la antigüedad, antes de que se inventara la imprenta, estos tenían que ser escritos a mano, por lo que eran muy caros y pocos podían permitírselos. Solo los más ricos, que en la mayoría de los casos eran parte del sistema, podían hacerse de una biblioteca.

Todo se fue al traste cuando Gutemberg inventó la imprenta de tipos móviles con la que, de manera repentina, los libros pudieron ser accesibles a la gente. El primer libro que salió de esta primitiva imprenta fue la Biblia y hasta este texto, tenido como lo más sagrado, sufrió de censura.

Durante siglos las jerarquías religiosas evitaron a toda costa que la Biblia fuera traducida a las lenguas vernáculas. La principal razón es que bastaba echarle un ojo para descubrir la gran cantidad de errores y contradicciones que maneja. Un buen católico tenía que atenerse a lo que le daba a conocer el clérigo local y nada de andarse leyendo un libro que “era incapaz de entender” a profundidad.

Uno de los primeros traductores de la biblia, un religioso checo de nombre Jan Hus, fue juzgado y ejecutado por cuestionar los actos de la iglesia y por haber traducido el texto sagrado. Uno de los grandes pecados de Martín Lutero, fue el de traducir el nuevo testamento al alemán.

La religión organizada no quería que el vulgo se enterara del catálogo de barbaridades y contradicciones que integran el dichoso libro.

En países como España y sus colonias las imprentas estaban muy controladas y era necesario obtener permisos así como autorizaciones para imprimir cualquier libro. Tenían que ser revisados previamente por la autoridad para comprobar que estos no fueran a incitar la rebelión o la herejía (dios nos libre). El índice de libros prohibidos en la Nueva España halló un campo muy fértil en las mentes de algunos que se atrevieron a desafiar a las autoridades y leerlos. Más tarde se transformarían en los motores que generaron los movimientos independistas.

Durante muchos años la iglesia (o diré “las iglesias”) mantuvieron largas listas de libros prohibidos y cuando perdieron el poder político para quemar textos y asesinar a su autores o lectores, se tuvieron que conformar con amenazas de castigos espirituales.

Por supuesto que los regímenes autoritarios le siguen teniendo pavor a los libros. Desde la España falangista hasta la Unión Soviética, los guardas de aduanas revisaban de manera muy concienzuda que ningún visitante llevara en su equipaje algún libro incómodo al régimen.

Los libros siempre han sido peligrosos para quienes quieren imponer su propia verdad y su propia autoridad.

¿Qué la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) es un “cónclave de derechistas”?

¿O es que el presidente le tiene miedo a la gente que lee?

Apostaría doble contra sencillo que hay más gente de izquierda en la FIL tapatía que en el gobierno de López Obrador.

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Armando Reygadas
Viví la revolución digital en carne propia; di mis primeros pasos en medios tradicionales impresos y la radio AM; desde ahí salté a Internet. Comunicador especializado en tecnología, redes sociales, medios digitales y marketing en línea; me dedico a la ‘blogueada’ desde los 90s y participo en varias publicaciones como Reseñando.com y Conexionistas.com.mx donde tenemos un podcast.

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