Análisis Científico de Datos

La cuarta ola: La ausencia de datos y el entendimiento público de la pandemia

Rafael Garza Cantú, Edgar Rodríguez G.

Al inicio de la pandemia en México había una sobre oferta de visualizaciones de los datos que nos permitían entender el comportamiento de tres conceptos relevantes que construyen la forma en que tanto la opinión pública como la privada, entendían y se vinculaban con la pandemia. Estos son: contagios, hospitalizaciones y decesos.

Esta abundancia de datos desapareció a partir de las jornadas de vacunación, con lo cual se generaron por lo menos cuatro problemas para la explicación y entendimiento público de este fenómeno viral:

  1. Una falta de marco de referencia común para orientar la conversación y la acción colectiva sobre cada uno de estos tres conceptos clave.
  2. Un fomento a las interpretaciones caseras, conjeturas, no verdades y noticias falsas sobre los términos básicos para referirse a los componentes de la pandemia, pero sobre todo, a cómo comportarse frente a ella.
  3. Un detrimento de la reputación de las autoridades responsables de su gestión, principalmente al comparar la disponibilidad de información en otros países, como en el caso de las políticas de aplicar pruebas masivas o uso de cubrebocas obligatorio.
  4. Una falta de base científica contundente para el diseño de política pública que justifique y explique las medidas sanitarias de contención y prevención.

El asunto es que, a partir de entonces, los datos ofrecidos no reflejan todo lo que ocurre. Por ejemplo, no es claro si los índices de contagio bajan durante el fin de semana por que hay un comportamiento más cuidadoso por parte de los ciudadanos, o por los ciclos de trabajo de una burocracia que no termina de capturar la información en esos días, o por que la tecnología disponible no procesa los datos con la velocidad requerida.

A pesar de que los datos llegan en desorden y en algunos casos mal hechos, no hay motivo para sostener que se trata de una manipulación intencionada.

Contagios

Lo inesperado de la aparición de la pandemia provocada por le COVID-19, obligó a que todo proceso de registro y análisis de datos se hiciera al ritmo del contexto, en la medida en que evolucionaba la situación y bajo una presión pública por información, nunca vista en términos globales.

Siendo los contagios el primer dato de referencia personalizada sobre la presencia del virus del Covid-19, dar seguimiento al número de contagios o casos positivos, como también se le conocen, se convirtió en una especie de oráculo para predecir qué tan seguro era salir de casa.

La ecuación era simple: a mayor número de contagios, menores condiciones seguras para salir del confinamiento. De esta forma, en el imaginario colectivo el índice de contagios se convirtió en la moneda de cambio para medir la gravedad de la pandemia.

Como se observa en la siguiente gráfica, al analizar los contagios en lo que va de la pandemia, podemos ver que en la actualidad hay una auténtica explosión de contagios y, por lo tanto, la certeza de que salir, es poco menos que seguro.

Pero en esta lectura hay un elemento faltante para entender el fenómeno de contagios de manera completa: los casos asintomáticos. Desde el inicio de la pandemia hemos conocido este tipo de casos que implican no desarrollar una enfermedad a pesar de alojar al virus.

En un escenario ideal de disponibilidad de datos suficientes para estimar la dimensión real de la gravedad del asunto, se deberían de incluir los casos asintomáticos. Es ocioso profundizar sobre la imposibilidad de registro confiable de estos casos, por lo tanto, estamos obligados a buscar un indicador más representativo de la gravedad de la situación.

La respuesta está en los síntomas graves que se producen después del contagio. Por lo tanto, es el número de personas con enfermedad lo que debería ocupar la atención de la sociedad y de la autoridad para ajustar la política pública. Y con la información disponible, la única forma de estimar los casos de enfermedad grave es el número de hospitalizaciones.

Hospitalizaciones

En cuanto a este aspecto, en la gráfica podemos distinguir con más claridad las hospitalizaciones de las tres olas previas, mientras que la formación de la cuarta prácticamente llega a los niveles de la primera y tercera olas.

Nada se compara aún con la segunda ola. Recordemos que las trágicas escenas de hospitales saturados y gente sufriendo para conseguir oxígeno ocurrieron en los primeros meses del 2021.

Hay que recordar que el propósito de la vacuna contra el COVID, y en general de las vacunas, es preparar al sistema inmunológico para lidiar con un patógeno en particular. Esto quiere decir prevenir la enfermedad provocada por dicho patógeno o bien, en caso de desarrollar la enfermedad, evitar que esta tenga consecuencias fatales.

Un problema adicional y que escapa del entendimiento del ciudadano que renuncia a medidas precautorias para contener el contagio, es la saturación de hospitales.

Un hospital saturado es un problema de salud pública. Se detiene la atención al resto de las enfermedades que requieran hospitalización. La oportunidad de la atención se posterga y en el peor de los casos, se pierde. Pero este razonamiento escapa de aquellos individuos que, en su legítimo reclamo por su derecho a decidir, se les olvida el pequeño detalle de que viven en comunidad. Su irresponsabilidad, tiene consecuencias públicas.

Defunciones

En el contexto de cualquier enfermedad, el ingreso al hospital es una medida que busca evitar el agravamiento de las enfermedades, lamentablemente no siempre pueden evitarse las fatalidades.

Debido a la complejidad y prácticamente imposibilidad de registrar y dar seguimiento a casos de contagio que se atienden en casas o pequeños sanatorios o clínicas rurales, son los hospitales quienes funcionan como el centro de datos para conocer la gravedad de los contagios.

Ahora bien, al comparar la evolución de las tasas hospitalizados-positivos y hospitalizados-fallecimientos (las líneas naranja y azul) con el número de contagios (área sombreada que aparece en la parte de atrás), podemos concluir:

  1. La similitud entre las líneas naranja y azul, quiere decir que el hospital no atenúa la mortandad.
  2. Por lo tanto, ir al hospital era una especie de condena de muerte.

¿Qué sigue?

Evitar los contagios es uno de los principales objetivos para gestión de la pandemia. Para lograrlo, es indispensable considerar el cambio de condiciones desde biológicas, como la mutación del virus; de política pública, como el fortalecimiento de la infraestructura de los servicios de salud pública; hasta sociales y psicológicas, como la disposición de la población a seguir o no las medidas de contención aplicadas por las autoridades.

Por ejemplo, se ha hablado mucho de la capacidad de mayor contagio de la última variante, ómicron, así como de una supuesta menor letalidad. De igual forma, sería de esperarse que la protección de las vacunas impacte en una menor tasa de hospitalización, es decir el porcentaje de hospitalizados por infecciones, así como de una menor tasa de defunciones.

Estas tasas son, en principio, independientes de la cantidad de infecciones y su evolución debería depender del desarrollo de tratamientos y la evolución del virus mismo.

Sin embargo, el gran reto no está en el terreno de la ciencia o en la recopilación sistemática de datos. Es en lo social y lo político, donde más se tiene que avanzar.

En este aspecto, un reciente artículo[1] de los investigadores Thomas J. Bollyky, Joseph L. Dieleman y Erin N. Hulland, estudian los éxitos y los fracasos de las políticas públicas para movilizar la confianza pública -entre ciudadanos y sus gobiernos, como entre los mismos ciudadanos-durante la pandemia del Covid-19.

Su estudio de dimensiones globales pone en entredicho las nociones populares que sugieren que las historias exitosas de gestión de la pandemia se explican por liderazgos femeninos con las riendas del Estado en sus manos, la falta de populismo, mayor igualdad de ingreso, sistema de salud pública universal o confianza en la ciencia.

Su ensayo publicado originalmente en la revista médica The Lancet, identifica que es la confianza entre ciudadanos y de éstos con sus gobiernos, el factor más importante para gestionar con éxito la pandemia. De acuerdo con su estudio, si los ciudadanos de cada país tuvieran los niveles de confianza como los daneses lo tienen, se estima una disminución del 13% de contagios a nivel global. En el caso de los coreanos del sur, la reducción es aún mayor: 40%, o 440 millones de infecciones menos durante el período de 21 meses que duró dicho estudio.

Nos parece entonces que, para el caso mexicano, el camino es largo y sinuoso. La confianza ciudadana es un fenómeno que se ha venido erosionando de manera paulatina desde hace décadas  y que difícilmente está en la mesa de conversación de las sobremesas de los hogares y mucho menos, en la agenda de preocupaciones de los liderazgos del país, ya sean estos políticos, empresarios o líderes sociales.

Recuperar la confianza perdida, es la tarea.

[1] Covid Is Less Deadly Where There is Trust, The Wall Street Journal, Feb 09, 2022

Imagen portada: Gaceta UNAM

Gráficas: Análisis Científico de Datos

Rafael Garza Cantú
Estudió Física en la Facultad de ciencias de la UNAM. Más de 20 años de experiencia en la industria de las Tecnologías de Información (TI). Creador modelos matemáticos orientados a maximizar la eficiencia de los procesos de continuidad de negocios. Ha realizado diversos análisis estadísticos en campos relacionados con la sustentabilidad. Es responsable de la estrategia tecnológica necesaria para establecer centros de ayuda vía internet (Help Desk).

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