Otra vez, en pleno aumento de contagios de Covid-19, el martes 7 de junio la administración de Claudia Sheinbaum decretó restricciones a la circulación de vehículos particulares, por contingencia ambiental, para el día siguiente. Con ello envió a cientos de miles de capitalinos, que trabajan y estudian, al transporte público para elevar su riesgo de contagio, a partir de una medida de política pública antigua, rebasada, ineficaz y por lo tanto falsamente ecológica: la restricción a la circulación de los autos particulares por las malas condiciones atmosféricas en la ciudad de México.
La ausencia de una política ambiental seria, científica y alejada de populismos efectistas, sigue pasando factura a los habitantes de la capital del país. Ahora no es solo una molestia, sino el aumento del riesgo para la salud porque el mundo enfrenta una pandemia que, aunque parece descender, sigue presente y cobra vidas.
El modelo de restricción a la circulación vehicular para combatir la contaminación fue eficaz, temporalmente, en el México de los años noventa y los combustibles con plomo. Perdió parte de su utilidad cuando se hizo permanente porque se convirtió en una fuente de corrupción primero y recaudación después, para dejar de tener sentido cuando llegó la reformulación de las gasolinas. Desde entonces, nunca más ha existido una contingencia ambiental por un elemento letal, como el plomo, en el ambiente. Hoy las alertas ambientales son por ozono y, al tratarse de un gas de origen multifactorial (se genera a partir de la combinación de diversos gases que derivan de diferentes actividades), no existe un solo estudio sólido que demuestre que los motores de combustión interna son los precursores del ozono y, por lo tanto, que restringir la circulación vehicular provoca su reducción en la atmósfera. Por eso se ha decretado hoy no circula durante dos o tres días continuos, como acaba de ocurrir, sin que los niveles ozono desciendan significativamente.
Claudia Sheinbaum es una mujer de ciencia y además fue la secretaria del Medio Ambiente, con un desempeño muy poco celebrable por cierto, durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en la ciudad de México (2000-2005). Ella tiene la información y sabe, como sus antecesores y sus sucesores, que desde hace años los automóviles no son la causa de las malas condiciones ambientales en el Valle de México. Sin embargo, como todos los políticos que han pasado por el cargo, Sheinbaum se dejó atrapar por la burocracia pseudoambientalista de la administración pública capitalina, encabezada por un personaje llamado Víctor Hugo Páramo. Este hombre y su grupo se apoderaron del discurso efectista de los años ochenta y noventa, cuando el CO y el CO2, además del plomo, estaban presentes en altas concentraciones en la atmósfera, para prolongar una política ambiental ineficaz, a partir de la cual se carcachizó primero el parque vehicular de la ciudad, y después se empujó a las familias a gastar su ingreso en la adquisición de autos nuevos para perseguir la Calcomanía 0, que hoy ya tampoco es garantía de circulación. Ese grupo lleva décadas viviendo del presupuesto e impulsado grandes negocios, como la reconversión de verificentros, la renovación continua de su software y, hace unos años, el fallido e ilegal Programa de Transporte Escolar Obligatorio, a partir de reciclar y sostener una política pública en materia ambiental que es cualquier cosa, menos ecológica.
La restricción a la circulación vehicular no ayuda a disminuir los índices de ozono porque los autos no producen ozono. Pero como política pública, está sustentada en la percepción construida alrededor del automóvil como el gran villano capitalista y asesino de la salud. Sin embargo, hasta hoy no ha dado ningún resultado y, en cambio, en las condiciones actuales contribuye a elevar el nivel de riesgo de contagios de Covid, al obligar a la gente a usar el transporte público cuando podría viajar en su auto particular.
Hace varios años que se sabe que los gases efecto invernadero se generan en otras actividades diferentes al encendido del motor de combustión interna gracias a que esa industria, la automotriz, cambio su tecnología.
El mayor precursor de gases efecto invernadero en el mundo es la generación de electricidad y ahí, México con su nueva política eléctrica, queda a deber cada día más. Manuel Bartlett, de acuerdo con el presidente, apostó por la energía sucia, generada a partir de quemar combustóleo, en lugar de gas, en muchas de sus antiguas plantas de ciclo combinado. Por eso no son descabelladas las constantes afirmaciones que apuntan hacia la Central Termoeléctrica de Ciclo Combinado de Tula, como la responsable de las recientes, y cada vez más regulares, contingencias ambientales en el Valle de México.
Un medio ambiente saludable incluye aire limpio. Eso es parte del Derecho Humano a la Salud y alcanzarlo es responsabilidad de todos. Aunque los autos no son los precursores del ozono, sus propietarios están obligados a verificar semestralmente sus unidades para poder circular, pero a pesar de aprobar esa verificación, ahora enfrentan restricciones para usar sus unidades. En contraste, las centrales termoeléctricas de la Comisión Federal de Electricidad no están sujetas a aprobar una verificación para operar. Curiosamente, desde que se regresó a la quema del combustóleo para generar electricidad, regresaron las contingencias al Valle de México. ¿Casualidad o causalidad?
De lo que todos pueden estar seguros es de que así como no son los autos, el Gobierno de la CDMX no hará nada para detener la quema de combustóleo en Tula porque Claudia Sheinbaum no cuestionará la política eléctrica del presidente, aunque de ella deriven distintos tipos de afectaciones a los habitantes de la ciudad que la eligió como gobernante.
Fotografía: Gobierno de la Ciudad de México