Si pensamos que es la ciudadanía, quien revisa y califica el trabajo de un presidente y vemos los resultados de la elección de junio como un barómetro que mide la satisfacción de esos votantes con el trabajo del presidente saliente, entonces pensaríamos que la forma en que Claudia Sheinbaum ganó esta última elección nos da a entender que el presidente cumplió y su partido/proyecto merece no solo otros seis años en el poder, sino la votación récord que obtuvo Claudia.
Sin embargo, si yo me pongo a leer periódicos (que no son La Jornada), redes sociales (que no son cuentas oficiales calibre 4T) o chats de WhatsApp entre conocidos y amigos (salvo algunas excepciones contadas), pensaría que hay una disociación entre la “realidad” de las redes, la “realidad” de los distintos estratos de votantes y la “realidad” de la 4T.
Claro, podemos meter a la ecuación que la existencia de una “oposición” de plastilina simplemente evitó que hubiera una señal clara a la 4T de que no deben confiarse demasiado y que su popularidad está magnificada por lo impopulares e impresentables que son sus opositores, aún más cuando se asocian para formar una especie de cartel político.
Así, Morena y su 4T se han convertido en la única cerveza del estadio, aunque esté al tiempo. Esa ausencia de contrapesos y de una oposición y análisis medianamente coherente y racional ha hecho que, a AMLO, a Morena y a su movimiento, se les haya cubierto con un teflón que les permite sentirse como estadistas y transformadores cuando no han movido el balón ni afuera de su propia área. Se creen infalibles y doblan su apuesta pensando que no pueden equivocarse.
Ese teflón hace que el estilo, los moditos, los desplantes, las cajas chinas, la necia violencia, la economía en neutral, los pleitos internacionales, los guiños a dictadores y líderes no democráticos, la cultura de los otros datos, los abrazos que no detienen los balazos, el palacio amurallado, el zócalo sin bandera, la ideología hueca, la militarización de todo sin resultados, la provocación/polarización constante, el populismo desenfrenado, la terquedad de alimentar elefantes blancos, las mentiras marca Dinamarca, la estatización de todo, los desfalcos, el nepotismo, la incapacidad para unir al país, la idea de que hay que proteger el legado de un líder muy popular pero con resultados menos que mediocres, la ilusión de intentar poner un segundo piso a una transformación que no echó cimientos al primer piso, o hasta el rollo del primero los pobres sin tocar oligopolios, les parezca lo razonable y lo que se debe seguir haciendo. Creo se equivocan.
Le quedan un par de días al presidente saliente y se vienen seis años (tal vez, si no pierde en la revocación de mandato) una nueva presidenta que no ha querido, podido o sabido mandar señales de que ella es su propia persona y que no mantendrá a su padrino como presidente de facto.
Uno se va pensando y afirmando, ya desde hace un par de años, que de los 100 compromisos que hizo en 2018, cumplió 98. La nueva llega con su propia lista de 100 compromisos (que se leen como buenas intenciones y que suenan a más populismo sin brújula, medida o timón).
Hoy es buen momento para echarle un ojo a esos 98 cumplidos y a esas intenciones de los siguientes seis años y evitar soñar con un cambio radical en la forma en la que se ejerce el poder en México. La ideología rancia y hueca llegó para quedarse y a lo más que podemos aspirar es a que verdaderamente el señor desaparezca de la escena y la señora presidenta cambie su estilo a uno más fresco, menos polarizante y con intenciones de unidad nacional.
Menos estilo AMLO de “ellos contra nosotros”, “buenos contra malos”, “izquierda contra derecha”. Por ahora, recordemos que AMLO dice que solo quedó a debernos lo de “descentralizar el gobierno” (#54) y “esclarecer el caso Ayotzinapa” (#89). Pero debemos estar conformes porque “se hizo realidad el derecho a la salud. Se garantiza a los mexicanos atención médica y medicamentos gratuitos” (#13; somos Dinamarca); también ya “tenemos un auténtico estado de derecho. A nadie le está permitido violar la Constitución y las leyes, ya no hay impunidad, fueros ni privilegios” (#55); “ya no hay corrupción robo de combustible, portación ilegal de armas, falsificación de facturas, fraude electoral y la compra de votos” (#57); reconozcamos que “en tres años se solucionó la saturación del aeropuerto de la Ciudad de México con vialidades, dos pistas y terminal de pasajeros en Santa Lucía, ahorrando 100 mil millones de pesos” (#77).
Sería muy distinto si se hiciera hincapié en lo que sí se hizo positivo: “no aumentar ni crear impuestos” (#32); “seremos respetuosos de la autonomía de Banxico” (#33); así como “el salario mínimo crecerá por encima de la inflación” (#80).
Construir sobre logros reales y no sobre rollo imaginario u otrodatismo es como se completa un primer piso y se puede pensar en construir un segundo encima. Si los compromisos fueran trascendentales y 98 de 100 realmente cumplidos, el país debería parecerse un poco más a Suiza (o a Dinamarca). Tendríamos mucho menos violencia, más crecimiento, más inversión, menos pobreza, menos narco, más imperio de la ley, menos impunidad, más empleos, menos muertos, más medicinas, menos rollo, más certidumbre, menos traumas. Me pregunto si los 100 puntos de Claudia son una señal que augura un segundo piso al estilo del primero y tan frágil como un castillo de naipes.
@josedenigris