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Inversión: las mulas contra las langostas

En los últimos 30 a 40 años nuestros gobiernos implementaron políticas económicas, planes de “desarrollo” y estrategias que arrojaron resultados de mediocres a malos en materia de crecimiento y desarrollo económico, de bienestar, pobreza y expansión del mercado interno.

Quienes nos gobernaron en el pasado, así como quienes hoy nos gobiernan, tendrían que hacer un examen de consciencia profundo acerca de los “porqués”. Los ciudadanos deberíamos exigirles eso a cambio del aplauso, la reverencia y el voto.

Sin embargo, siguen (seguimos) actuando como si nada pasara. Vemos cómo países que hace tres o cuatro décadas nos veían hacia arriba en materia económica nos han pasado por la derecha, por la izquierda y por encima. Nuestros políticos y, probablemente más tristemente, nuestros economistas y hacedores de políticas, pretenden actuar como si fueran unos genios y como si los ciudadanos no pudiéramos voltear a ver lo que en otros lados ha sucedido y el atraso relativo en el que han sumido a México.

Quien se ha animado a invertir tres minutos de su tiempo a leer este espacio con cierta regularidad sabrá que este es un tema recurrente aquí. No es mi intención ser repetitivo, pero es difícil sentir que uno va en un barco siempre dirigido por almirantes, capitanes y oficiales que no han podido izar las velas por completo, con un motor al que se le atora la reversa o en el mejor de los casos de ponerle suficiente potencia para lograr las corrientes favorables de vez en cuando.

Se percibe un barco cansado, viejo, propenso a ser arrastrado por corrientes y vientos desfavorables. Eso sí, cuando se atraviesan los obstáculos la culpa siempre será de alguien más y todos pretenderán que las cosas marchan de maravilla, aún y cuando todos sabían que, con esa trayectoria, con esa potencia y con esa negación constante de la realidad la zozobra y el choque era el resultado esperado.

Dicen que los viajes ilustran y me salta la duda, a propósito de un viaje reciente, de si quienes nos gobiernan hoy tienen siquiera la curiosidad de viajar y aprender de otros. Pareciera que eso del “benchmarking” y de adoptar estrategias y políticas que han tenido resultados positivos en otros países simplemente no se nos da.

Preferimos insistir con lo que no ha funcionado y con la ocurrencia del momento. Estamos distraídos negando la realidad y tratando de vender un “vamos requetebien” que solo ven los incondicionales y las focas aplaudidoras de nueva generación que ahora vienen en versión ciegas y/o tontas.

Estamos instalados en el séptimo año de eso quieren vender como “la cuarta transformación” y me pregunto si no habrá sido que ese nombre pretensioso del movimiento en realidad lo ideó alguien que sufría de dislexia y lo escribió mal ya que quiso decir “la transformación de cuarta”.

¿De quién estamos aprendiendo? Escribo estas líneas en un vuelo de regreso de Shanghái, después de unos 6 años de no estar allá y lo que vi me hace pensar que mientras quienes nos gobiernan tienen a ciudadanos pidiéndoles perdón públicamente por insultarlos, niegan la realidad cada mañana, se congratulan de resultados que solo ven en su realidad paralela, China y sus empresas nos aplastarán.

Hace unos 40 años, China decidió poner en marcha un “Catálogo para la Orientación de la Inversión Extranjera”, creado por la Comisión de Desarrollo y el Ministerio de Comercio. Básicamente decidió poner las mulas enfrente de la carreta y no al revés.

Ahí estableció, por ejemplo, que en el sector automotriz las empresas extranjeras debían asociarse con empresas chinas para poder fabricar y vender en China y estas no podían tener más del 50% de participación en la sociedad; la intención era promover la transferencia de tecnología a cambio de la oportunidad de acceder a ese gran mercado.

Otras industrias como la aeroespacial, defensa, telecomunicaciones, minería de tierras raras, internet y producción de contenidos de medios, también fueron controladas dentro de tres niveles en el catálogo: alentadas, restringidas y prohibidas.

De esta forma, China pudo proteger y promover exitosamente ciertos recursos e industrias y absorber conocimiento y tecnología de empresas extranjeras.

En el caso automotriz lograron encandilar a las grandes empresas mundiales, las casaron con empresas chinas, les absorbieron su tecnología y a la vuelta de unos veinticinco años ya dominan la industria no solo en China, pero prácticamente a nivel mundial.

De pronto, las empresas chinas, que ya no necesitan a los socios extranjeros, han sido capaces de dejar atrás a las grandes marcas mundiales y les roban cada día el mercado chino y el global. Los productos chinos, antes considerados inferiores, ahora son no solo competitivos en costo, pero también en calidad y tecnología.

A este paso, en unos cuantos años, los socios chinos acabarán de exprimir y desechar a sus socios internacionales. Mientras, en México, no hay una política industrial y se percibe como normal que los automóviles chinos se adueñen poco a poco del mercado mexicano sin invertir, sin transferir tecnología, sin un marco legal conveniente para México.

Ni a maquila de autos chinos aspiramos ya. ¿Acaso no habrá alguien en el gobierno mexicano que pueda conseguir una visa china y darse una vuelta a ver y querer aprender de lo que pasa allá? Si seguimos como vamos, lo que asemeja una plaga de langostas (saltamontes) acabará por devorar todo lo que encuentre a su paso en nuestras industrias.

@josedenigris

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