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Sensatocracia

La Real Academia Española nos dice que alguien sensato es aquel o aquella que es “prudente, cuerdo, de buen juicio” y menciona sinónimos como “juicioso, discreto, cabal, moderado, razonable, mesurado, ponderado, o ubicado”.

Para alguien, como un servidor, que ha visto gobiernos y gobernantes de todos partidos, colores y sabores manejar México, a niveles municipales, estatales o federal, por los últimos 30 años o más, pareciera ser obvio que existen cualidades que debieran ser requisitos indispensables para que alguien aspire a ser electo o ser nombrado para cargos en la administración pública encargada de establecer y ejecutar políticas y planes para el bien del país y de sus ciudadanos.

Claro, queremos gente preparada y con ambición y actitud de servir (no servirse). Queremos también que lleguen quienes no tienen conflictos de interés o con cierta propensión a corruptelas de todos calibres.

No queremos que lleguen esos que se rodean de sus cuates y de incondicionales sin voluntad propia. Supongo que casi todos estaríamos de acuerdo en que deben estar aquellos que tienen la intención de cumplir y hacer cumplir las leyes y reglamentos que rigen a su comunidad, estado o país.

Claro, sería ideal que la forma de elegir o escoger funcionarios tuviera un poco más de seriedad y filtros que ayudaran a reducir que los que no son capaces o confiables se cuelen en posiciones que son trascendentes para la vida de los ciudadanos.

Así, podemos crear una larga lista de criterios, cualidades, características para todo tipo de función en el sector público. En el sector privado esto equivaldría a definir la descripción del puesto y, junto con ella, el perfil ideal de la candidata o candidato.

Normalmente se entrevistaría a más de un prospecto para eventualmente hacer una selección. El área de recursos humanos en una empresa pasa muchas veces desapercibida, pero tiene una función altamente relevante porque son quienes pasan esos filtros quienes realmente le dan forma y sentido a una organización y provocan, en gran medida, el éxito o el fracaso de una empresa de cualquier tamaño y tipo.

Sin embargo, pareciera que, en general, quienes manejan y han manejado el gobierno, en todos sus niveles y poderes, nunca tuvieron la oportunidad de definir qué tipo de funcionarios son los que merece el proyecto político y el destino de una ciudad, estado o país.

Si uno pone atención, pareciera que quienes mandan están ahí más por costumbre y persistencia que por sus capacidades o credenciales. Sí, seguramente hay excepciones, pero cuando vemos el desorden, la inseguridad y la falta de desarrollo palpable que aqueja a ciudades, estados y al país entero pareciera que nadie se dio por enterado que a quienes hemos puesto o quienes se han puesto en posiciones de poder NO nos están dando resultados medianamente favorables.

Debiera ser momento de darnos cuenta, de reconocer que esas personas, con esas políticas, con esa actitud y con esos moditos no han funcionado y no funcionarán. Si acaso, se han podido esconder, especialmente los últimos años, detrás del fenómeno de las “fake news“, pero los datos duros no mienten: el país se estancó, si no es que retrocedió, en niveles de progreso, seguridad y bienestar respecto a otros países similares durante los últimos 40 años.

Ni los de antes ni los de hoy parecen tener la fórmula, pero, peor aún, no parecen querer reconocer la falta de resultados. Negando la triste, obvia y terca realidad no se podrán cambiar los resultados. Y sí, gran parte de la explicación de la causa raíz pudiera empezar por que las políticas no son las adecuadas para la realidad y prioridades de la nación, pero yo llevaría el tema más allá e insistiría en que no estamos escogiendo bien a aquellos que manejan los dineros y el destino del país.

Y aquí es donde pongo sobre la mesa no una política ni una serie de requisitos elaborados para que alguien califique para ser funcionario electo o contratado. No, tampoco es una tómbola.

Se trata de algo mucho más simple como paso necesario e indispensable para cambiar el rumbo del país: buscar el regreso (si es que alguna vez hubo) de la sensatez; de poner en posiciones de poder, en todos los niveles y poderes, a quienes son relativamente sensatos; a los prudentes, juiciosos, razonables, mesurados, cabales.

Deberíamos aspirar a instaurar la sensatocracia; el gobierno de los sensatos para un país con un rumbo sensato. El régimen de la sensatez podría poner como misión primordial que todo lo que se haga o deje de hacer en esa administración deba pasar antes por preguntas como estas: ¿lo que vas a hacer cumple con un mínimo de sensatez? ¿es algo moderado y no cargado de ideología? ¿tu decisión o declaración es prudente y ponderada? ¿cumplen los miembros de la administración con una mínima dosis de sensatez? ¿es tu plan o tus políticas sensato?

Ya después se podrán elaborar filosofías o medidas más rebuscadas de cómo redondear una administración emanada, basada y dedicada a la sensatez y, más adelante, el ajuste, con ojos y mente sensatos, de todas las políticas públicas y la forma en que se lleva el gobierno de ciudades, estados y país.

¡Por el bien de México, primero seamos sensatos!

@josedenigris

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