La Caja de Petri

El inevitable Donald Trump

La coyuntura.

A escasos ocho días de la elección presidencial con más impacto en los Estados Unidos, el expresidente Donald Trump acumula tres semanas continuas de mantener a su favor la tendencia en las encuestas de los estados en donde se decidirá la persona que gobernará este país por los próximos años.

A pesar de que estas ventajas son muy estrechas y se encuentran dentro de los márgenes de error, lo que indica que estamos hablando de un empate técnicamente hablando, se ha construido la sensación de que el segundo periodo de D. Trump en la Casa Blanca, está a la vuelta: Esta situación tiene tres impactos inmediatos que vale la pena considerar.

Primero. Los hombres de negocios reafirman sus intereses, la democracia no es uno de ellos. En el caso de los dueños del dinero que tradicionalmente estaban inclinados por la agenda demócrata, en este contexto están tomando medidas precautorias y guardando sus preferencias políticas para sí mismos o de plano buscando con frenesí una puerta de acceso al círculo cercano a Trump para vacunarse y evitar que sus nombres sean registrados en la lista negra, en caso de que Trump resulte triunfador.

Un caso ilustrativo de lo anterior fue la decisión de Jeff Bezos, el segundo hombre más acaudalado del mundo y dueño del Washington Post, de retirar su apoyo a algún candidato político, en este caso a Kamala Harris. Con esta decisión Bezos rompe una tradición de más de cuatro décadas la cual le ha costado hasta el momento la renuncia de varios columnistas y la pérdida de más de 200,000 suscriptores. Con todo ello, sus negocios de renta de servidores con el gobierno federal y sus proyectos aeroespaciales y contratos con la NASA, son razones más poderosas que cualquier consideración democrática.

Por su parte, en aquellos empresarios que llevan puesta la gorra roja del “Make America Great Again” destaca Elon Musk quien pesar de ser el cuarto donador individual más importante de la causa republicana, su protagonismo supera con mucho a todos los donadores, incluyendo a los demócratas.

Los efectos del protagonismo de Musk no se limitan en usar el soporte irrestricto a Donald Trump como el vehículo para un posicionamiento personal y para garantizar favores en su agenda de negocios. En la historia política de los Estados Unidos él no ha sido el primero y seguramente no será el último que se favorezcan de esta dinámica.

 

La irrupción de Musk en la escena política, como la rifa de un millón de dólares para promover el registro y el voto, desafían a la autoridad electoral y ponen en entredicho la resolución de la Suprema Corte de Justicia, cuando en el 2010 concluyera que el financiamiento de campañas políticas, incluyendo aquellas hechas a nombre de las grandes corporaciones, no implican un aumento en la corrupción y tampoco implican que existe corrupción. Con Musk en la escena política nacional, la sociedad estadounidense en su conjunto está obligada a repensar la relación perversa y ahora cínica, entre el gran capital y la política.

Segundo. El voluntarismo del partido demócrata es insuficiente. Ninguno de los soportes emergentes de la plana mayor demócrata ha logrado contender el avance de Trump. Ni los Obama, ni Bill Clinton ni los endosos de estrellas del mundo del espectáculo, ni la bien organizada campaña territorial y ni el cambio a una retórica más ofensiva han logrado reactivar el crecimiento de Kamala Harris, o detener el de Donald Trump.

La sombra de la derrota de Hillary Clinton sigue presente por una de las razones que la corrección política no ha podido borrar y que a la torre demócrata de marfil le cuesta mucho trabajo reconocer: la brecha cultural de género es una realidad y una mujer, además no blanca, sigue siendo motivo suficiente para no ganar la confianza del voto para ocupar la oficina oval de la Casa Blanca.

Así las cosas, para la visión de la mayoría del voto masculino, dos de los pilares culturales de la campaña de Kamala Harris no tienen nada que ver con ellos, estos son el asunto del aborto y la agenda de equidad de género.

Mas grave aún, este esfuerzo por equilibrar la balanza y hacer justicia a siglos de innegable abuso en contra de las mujeres, es percibido por cerca del 60% del votante registrado masculino como asunto que se salió de cauce y que alimenta la cultura de la cancelación. El ejemplo público más claro de esto fue el bochornoso episodio ocurrido en el verano del año pasado en la escuela de derecho de la universidad de Stanford, en donde lo que sería un diálogo entre un juez federal de conservadoras credenciales y los alumnos de esa facultad, terminó en un linchamiento verbal para el juez.

Una reciente encuesta del periódico New York Times deja en evidencia la preferencia electoral de género, Trump lidera la preferencia del voto masculino con un 14% y Harris el femenino con un 12%.

La masculinidad, el uso del miedo y la promoción del enojo son aspectos vinculados en el eje cultural de la campaña de Trump que le siguen sumando puntos en las encuestas. Por lo tanto, para los demócratas este ya no es un asunto de aumentar el gasto en anuncios en medios en los estados péndulo, ni tampoco seguir insistiendo hasta el hartazgo que el candidato republicano es un fascista que amenaza la democracia. Es más, me temo que esta insistencia está generando un cansancio en un sector del votante indeciso que termine por no votar.

El reto para los demócratas en los días que restan es resolver cómo sacar a esos votantes de sus casas para acudir a las urnas.

Tercero. Se conforma la tormenta perfecta. Nada indica que esta tendencia a favor de Trump se vaya a revertir, por lo que para el imaginario colectivo de sus huestes, la elección del 5 de noviembre es un mero trámite que regresará a su mesías al lugar de donde nunca debió de haber salido.

La creencia de que la elección presidencial del 2020 fue fraudulenta para evitar que Trump se reeligiera, ha sido la columna vertebral de del activismo político que le ha permitido a Trump capturar y tener el control del partido republicano. En pocas palabras, el crecimiento político de Donad Trump está directamente vinculado con la difusión de esta creencia, en donde Trump y sus seguidores son las permanentes víctimas.

Por lo tanto, un factible Triunfo de Harris en estas condiciones, pues recordemos que técnicamente están empatados, resultaría para los trumpistas la evidencia irrefutable de que por segunda vez, se ha fraguado un fraude que evidencia que hay un complot del sistema en contra de Trump y sus seguidores.

En este escenario y de manera alarmante, después observar las reacciones de sus seguidores en el reciente evento de campaña en el Madison Square Garden o la quema de algunas boletas -ya con el voto emitido- en los estados de Oregon y Washington queda muy poco lugar para dudar que el evento del 6 de enero se repetirá y quizá, con una mayor dosis de violencia.

Ante esa posibilidad, el miedo a un conflicto poselectoral de mayores proporciones comienza a instalarse en algunas mesas de conversación de los ciudadanos de a pie que no estaban seguros de votar por K. Harris. Ahora ellos tienen un incentivo más para no acudir a las urnas o en su defecto para votar por Trump.

 

Efectos del Trumpismo 3.0.

Independientemente de quién gane los votos del colegio electoral, el fenómeno del trumpismo y sus efectos para la cultura política de los Estados Unidos no se podrán revertir, o por lo menos no en un mediano plazo.

Encuentro que en el partido republicano es donde existen más efectos de largo plazo. Esta elección representa una renovación de cuadros en la cual la lealtad absoluta al apellido Trump es la puerta de acceso para quien decida hacer carrera dentro de este partido.

En toda la campaña ninguna de los políticos tradicionales del establishment republicano ha figurado y tampoco ha sido requerido. Trump ha construido su círculo de leales que van desde funcionarios electorales estatales, jueces locales y federales, así como congresistas.

Con las figuras de Donald Trump Jr. y su cercano amigo JD. Vance como articuladores de la nueva generación de políticos conservadores, no es descabellado pensar que estamos ante la presencia de una refundación silenciosa del partido que le prendía incienso a Ronald Reagan, por uno que hará lo mismo, pero ahora con Donad Trump como el indiscutible ícono.

En el caso de los demócratas, si algo ha dominado su agenda política es el anti-trumpismo, a tal grado de que ni Joe Biden, ni Kamala Harris han logrado difundir una narrativa que evite ser contrastada por lo que Trump diga o haga.

El caso de Harris es más grave, pues con una presencia más bien gris en el gabinete de Biden, ella sigue sin tener elementos sólidos que expliquen qué es lo que ella representa para el electorado norteamericano y dónde está la línea que la separa de Biden. La falta de respuesta a ese par de preguntas ha sido la dinamita que revienta en cada entrevista a la que Kamala Harris atiende. A tal grado, que sus intervenciones fueron comparadas con las de Sarah Pallin cuando compitió como compañera de fórmula de John McCain: en cada entrevista, se perdían puntos en las encuestas.

También los demócratas enfrentan una renovación de cuadros. Su mayor reto es abandonar la repulsión al “jescucristo naranja”, como el eje que articula sus complejas coaliciones, pues el abandono del voto hispano y del voto afroamericano, principalmente masculino, indican que esa vía no les ha dado resultados.

Finalmente, el impacto de más calado está en la creencia que el país de las barras y las estrellas tiene sobre su papel en le democracia liberal. Los Estados Unidos de América se auto ungieron como los únicos defensores de un sistema que garantizaba el equilibrio de poderes, la representatividad, el respeto a la ley y, por supuesto a los resultados electorales.

Hoy, ante la invisible y a veces inexistente línea que separa los intereses de una élite empresarial con el ejercicio del poder público, la democracia estadounidense parece naufragar. Estamos ante una nueva camada de “founding fathers”. La sustitución de rostros en el famoso monte Rushmore, está en proceso.

Aquí encontrarás más participaciones de Edgar Rodríguez en Conexionistas

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