Por Edgar Rodríguez G.
Resultado inesperado
Sorpresa, es la palabra que resume los comentarios sobre el resultado de las elecciones de ayer en Argentina que obligan a una segunda vuelta. Si bien ésta era esperada, lo que levantó las cejas fue el nombre los contendientes y los resultados que obtuvieron para llegar a la segunda ronda presidencial que se llevarán a cabo el 19 de noviembre.
El desastroso peronismo se recuperó como Lázaro de su sepultura y ahora cambia de piel. Sergio Massa, el ministro de economía y en gran parte el arquitecto de una inflación de tres dígitos que no se veía desde la década de los noventa, logra inexplicablemente aventajar con casi siete puntos porcentuales al estridente outsider de Javier Milei. Además, obtiene triunfos en provincias importantes como la de Buenos Aires.
Con ello, el kirchnerismo se despide por la puerta chica y aún está por verse de qué se disfrazará esa caricatura de centro izquierda.
Por su parte, el populista de derecha, “el peluca” Milei y su partido La Libertad Avanza, llegan con una derrota a la segunda vuelta. Es una derrota parcial no hay que engañarse, pues en solo dos años y con el resultado de ayer, multiplica su presencia en las provincias y en el Congreso Argentino. Habrá Milei para rato, pase lo que pase.
Es el territorio, estúpido.
Esta infame, pero efectiva metáfora acuñada por James Carville, el estratega del presidente Bill Clinton en la elección presidencial que derrotó a George Bush, aplicó en Argentina pero con una nueva dimensión: cobertura y presencia territorial. De acuerdo con lo que hasta ahora he podido interpretar, tres son los factores que explican que el peronismo se haya recuperado: la lealtad de su base electoral, el exceso de agresividad de Milei y la presencia -puerta por puerta- de los militantes y simpatizantes peronistas que recorrieron las provincias dónde había más indecisos para convencerles de votar por Massa. La ecuación, rindió frutos.
Si hacemos un paralelismo apretado con el proceso presidencial mexicano, caben las siguientes preguntas: ¿De qué tamaño es la lealtad de MORENA hacia C. Sheinbaum como para blindarla de un potencial crecimiento de Xóchitl Gálvez? ¿Cuál es el límite de agresividad retórica que debe mostrar Xóchitl para no arriesgar la confianza de un electorado indefinido y conservador? Y sobre todo, ¿Quién tiene más presencia regional para tocar puertas y llevar votos a su causa? En este último caso, mucho me temo que la respuesta está fuera de los partidos políticos y recae en el crimen organizado.
Pactar en la polarización.
Están dadas las condiciones para que la segunda vuelta sea una polarizante disputa entre populismos: el de derecha y el de izquierda.
El fascismo alternativo bordado a mano por Milei está obligado a alejarse de su incendiario discurso, correr su retórica al centro y con ello evitar ese halo de incertidumbre que representa toda la propuesta de La Libertad Avanza, ya que como atinadamente apuntó la periodista Cecilia Bouflett al referirse a la sensibilidad del mundo financiero: “Incierto, siempre es peor que malo”.
En la mesa está una reedición cansona que sobre simplifica la narrativa: Kirchnerismo y antikirchnerismo, peronismo sí o no, como una clara amenaza de que el fantasma de Perón, jamás se irá de la vida política argentina.
Así es que el naciente “Massismo” también está obligado a abrir sus canales de negociación y diálogo con otras fuerzas políticas, pues tengo la impresión de que la máquina de comprar votos del oficialismo ya alcanzó su principio de Peter.
Jugar al fiel de la balanza
Este escenario voltea los reflectores hacia la coalición Juntos por El Cambio y su candidata abatida, Patricia Bullrich. Personalmente no considero que la exministra de Seguridad del presidente Macri y de pasado peronista, haya jugado a ser la espada de Damocles. Una de las principales sorpresas de esta elección es justamente esa, se esperaba que la disputa por la presidencia fuera entre ella y Milei.
La suerte está echada, con el 24% de los votos la coalición de la conservadora Bullrich tiene el capital político suficiente para definir la segunda vuelta. Milei y Massa lo saben, por ello desde sus discursos de ayer por la noche, las convocatorias a la unión y la búsqueda de acuerdos no se hicieron esperar.
Por el perfil ideológico, todo indicaría que el capital político de Juntos por El Cambio se sumará a Milei. Esto no será automáticamente así. En esas filas hay peronistas más de centro que no soportan al Peluca y lo que implica. La moneda está en el aire.
De nuevo el paralelismo apretado. A diferencia de Bullrich y sus huestes, la apuesta por ser el tercero en discordia si es el caso del todavía gobernador en el cargo del estado de Nuevo León, Samuel García. Solo en la imaginación del ingenuo cabe la posibilidad de que el peculiar gobernador y el dueño de su partido, Dante Delgado, estén apostando a ganar la elección presidencial mexicana. Crecer su marca y restar votos a la coalición opositora es la intención del drama que los rodea.
La huella regional.
Finalmente, la repentina irrupción de Milei en la escena política de Latinoamérica sigue representando una bocanada de tranquilidad para los no pocos ciudadanos que tienen el sueño interrumpido por el ambiguo fantasma del Foro de Sao Paulo.
Milei y lo que representa, es la esperanza de los grupos más conservadores de la región que ven con temor que en el mapa político la oleada rosa domina: solo 7 de los 19 países que la conforman no son gobiernos de izquierda.
Soy un convencido del equilibrio de poderes, más allá de las ideologías, por lo que de manera irreflexiva todo indicaría que una eventual llegada de Milei al poder refrescaría la región.
Sin embargo, la candidatura de Milei trae en las alforjas un par de falsas y preocupantes premisas que se instalan como condiciones inevitables para la forma de hacer política en todo el continente.
Primero, que la política en estos tiempos posmodernos no puede escaparse de la polarización. Segundo, que esta disputa siempre terminará en una fatal dicotomía: mi libertad individual en contra del bien común.
Así las cosas, ya sea por los excesos y abusos de un falso sentido de preocupación por el otro, o por la cínica renuncia a reconocer el sentido comunitario, la política se ha convertido en un juego de facciones que solo representa al grupo vencedor. Ahí, solo pierde la democracia.