Max Verstappen acaba de arrebatarle a Louis Hamilton la única corona que le quedaba al británico: El domingo pasado, en Sao Paolo, a su título de bicampeón del mundo, le agregó el del niño malcriado, villano favorito, arrogante por excelencia, patán insufrible y, por ende, el piloto de Fórmula 1 más odiado en todo el mundo, salvo en Holanda. Hasta hace poco Hamilton, siete veces campeón del mundo, ostentaba la corona del Rey Odioso de forma indiscutible. Hoy Max también le ha ganado eso, al que ha sido su mayor rival.
Pocas cosas son tan atrayentes, mediáticamente hablando, como la rebelión ante la autoridad, la ruptura del orden o el desafío a las jerarquías. Ver a un jugador plantar cara a su entrenador, su jefe en sentido estricto aunque la realidad sea otra, resulta siempre atractivo porque el enfrentamiento, la disputa y la controversia siempre atrapan al voyerista que todos llevamos dentro. Max no solo desatendió la orden de dejar pasar a Sergio Pérez en el último tramo de la carrera en Brasil, se atrevió a minimizarla dejando constancia, en los micrófonos de todo el mundo, para que no quedara duda de que su posición y talento le alcanzan hoy, incluso para ignorar, desestimar y por lo tanto humillar, a quien ha sido su principal formador, promotor y protector: Christian Horner.
De la calidad como persona de Max hay tan poco que discutir como de su talento para pilotear y dominar en pista, aunque a todo el mundo parece habérsele olvidado que la Fórmula 1 no es un concurso de humanidad sino una hoguera de vanidades. En ella sobreviven y destacan, se vuelven campeones, únicamente aquellos pilotos que además de un excepcional talento y un carro insuperable, tienen y muestran instinto asesino, espíritu de matón y ausencia completa de escrúpulos.
La segunda parte del fenómeno, opacada por el atrevimiento de Max al mostrarse tal cual es y dejar de fingir una caballerosidad de la que carece, es el triste espectáculo ofrecido por dos pilotos: Sergio Pérez y Charles Leclerc, pidiendo por radio, con todo el mundo como testigo, que sus compañeros de equipo les cedieran un lugar y se dejaran adelantar, para recibir unos puntos no ganados luchando en la pista, en busca de lograr el segundo lugar en el campeonato mundial de pilotos.
Nada más patético que pedir como regalo lo que un competidor está obligado a ganarse en la pista, en la cancha o en la calle. Mexicano, holandés, británico o francés, el que compite está obligado a tratar de derrotar a sus rivales, y el que compite profesionalmente esta obligado, legalmente, además de a cumplir con las reglas de la competencia en la que participa, a mostrar una conducta que impida toda sospecha de corrupción o arreglos en la contienda, pues cientos de miles de personas pagan boletos costosísimos, y millones más en el mundo pagan sistemas de cable o streaming para ver una competencia que si no es perfectamente legal y legítima, se convierte en fraudulenta.
Seguramente ha ocurrido, pero es difícil enterarse de algún competidor aficionado, en el deporte que sea, que le haya dicho a su adversario que lo dejara adelantar porque su novia o sus hijos estaban viendo la competencia.
En el deporte y la competencia profesionales el asunto es más complejo porque hay dinero de por medio; dinero de salarios y dinero de entradas y derechos de televisión cobrados a un público al que se le debe un espectáculo real y una competencia limpia.
Si un portero se deja meter un gol, o algún otro jugador de campo permite que el delantero contrario avance para perforar su meta, se presume un acto de corrupción que se investiga y sanciona no solo en la competencia, sino con suspensión, expulsión del deporte o hasta cárcel, según la justicia de cada país. Lo mismo ocurre en cualquier deporte profesional y ejemplos de amaño de partidos como los de la Juventus de Turín, o expulsiones por apuestas como el caso de Pete Ros en el beisbol, existen en muchos deportes.
¿Cual es la diferencia entre dejarse meter un gol en un partido de futbol y permitirle a otro piloto, aunque sea del mismo equipo, el rebase sin defender la posición? No existe ninguna diferencia porque en cualquier caso se está alterando el sentido y resultado de una competencia, que debería ser leal, y por la que la afición pagó un boleto o una señal. El que en Fórmula 1 el amaño de haga a la vista de todos, sin esconderlo, dejando pruebas de audio por todas partes y al amparo del reglamento, no hace menos delicado y negativo el hecho. Alterar el resultado de llegada en una carrera mediante una orden de equipo es, simplemente, un fraude.
Por años las órdenes de equipo han existido en la Fórmula 1, pero no siempre han sido descaradamente legales. Ferando is faster than you. La frase que se volvió famosa en 2010, en Hokenheim, durante el Gran Premio de Alemania, porque encerraba una orden de equipo de Ferrari para que Felipe Masa dejara pasar, y ganar la carrera, a Fernando Alonso, el dos veces campeón del mundo que llegó a la Scudería para tratar de devolver las glorias de los años de Schumacher. El resultado de aquella victoria ilegítima e ilegal, fue una multa de 100 mil euros al equipo por haber arreglado la carrera. Años antes, también con las órdenes prohibidas, también en Ferrari, otro brasileño, Rubens Barrichello, también escuchó el fatídico Schumacher is faster than you, para dejarse adelantar.
La Formula 1, como el soccer y muchos otros deportes, está marcada por varios incidentes y casos de corrupción. Hay que recordar la descalificación de James Hunt en 1975 tras una protesta de Ferrari y Nikki Lauda en el Gran Premio de España, magistralmente recreada en la película Rush. Se descalificó porque el McLaren de Hunt no tenía las medidas reglamentarias, pero unos meses después, se retiró la sanción y se le devolvieron los puntos al británico, sin una explicación de peso que no implicara que los comisarios eran analfabetas porque no sabían usar un metro para medir la distancia entre dos ejes.
El asunto es diáfano: las órdenes de equipo, en cualquier sentido, deberían estar tajantemente prohibidas en la Fórmula 1, así como esta prohibido dejarse meter gol en el oscuro futbol soccer, pues hacerlo implica arreglar un partido, igual que una orden de equipo implica alterar la competencia para que gane, no quien va adelante en la pista, sino aquel a quien se favorece indebidamente para que acabe adelante.
En el mundo bizarro que se vive hoy, el escándalo de la desobediencia de Max esconde no solo la mala actuación de Checo Pérez (que arrancó cuarto y terminó séptimo en la pista). Oculta algo mucho más grave que la suerte del piloto mexicano. Los gritos y sombrerazos, los improperios y los memes en contra de Max Verstappen por desobedecer una orden de equipo, no permiten ver y reflexionar sobre el hecho de que estamos viendo carreras en las que la trampa, y con ello el fraude al espectador, están permitidos en el propio reglamento, con la complicidad, no solo de los equipos y de la autoridad reguladora de la categoría, también de las autoridades civiles de los países donde se corre, pues en cualquier sistema jurídico respetable, la trampa, el arreglo o la alteración de resultados en una competencia deportiva profesional, son ilegales.
@EnvilaFisher