Marcelo Ebrard no será candidato presidencial por Morena y de eso se encarga ya el propio presidente López Obrador.
La teoría del distractor para explicar el exabrupto presidencial contra España ha ganado terreno rápidamente. Eso impide, al menos parcialmente, lograr el objetivo de sacar de la conversación pública y la agenda informativa el caso de la casa y los ingresos de José Ramón López Beltrán. Pero el amago de interrumpir las relaciones diplomáticas con el segundo inversionista en México, como país, tiene otros efectos e impactos en la política nacional, concretamente en la sucesión presidencial, además del evidente papel de cortina de humo.
La candidatura presidencial de Morena ha entrado en una zona gris porque la figura de Claudia Sheinbaum empezó a perder atractivo debido a su mimetización con la forma de actuar del presidente y los errores de su equipo. Presumir el uso de Ivermectina como política pública para enfrentar la Pandemia en la CDMX, cuando ese fármaco fue desaconsejado por su fabricante, por la OMS y hasta por Hugo López Gatell, es la más reciente de esas varias fallas en el gobierno de la CDMX. Responder a la información sobre el hecho y el yerro alegando un complot en su contra, como si la información fuera falsa, en vez de despedir a los responsables: José Merino y Oliva López Arellano, solo confirmó que Sheinbaum ha decidido copiar el estilo de premiar la incondicionalidad incluso al costo de solapar la negligencia y la corrupción.
En política no hay espacios vacíos y el retroceso de Sheinbaum debería elevar las posibilidades del otro gran candidato visible de Morena: Marcelo Ebrard. El Canciller ha hecho su trabajo como ningún otro integrante del gabinete presidencial. Fue el puente que construyó la controvertida, pero funcional, relación entre Donald Trump y López Obrador. Cumplió la instrucción de organizar el acuerdo con la UNOPS para la compra gubernamental de medicamentos para México (El fracaso de la medida tiene que ver con la ejecución de la ONU, no con la formalización del pacto que celebró Ebrard). Iniciada la Pandemia salió al mundo, primero a demandar a nombre de México acceso equitativo a las vacunas contra el Coronavirus a través del mecanismo COVAX y después, a negociar la adquisición de dosis de diferentes farmacéuticas. El problema de la inmunización en México ha estado en la lentitud para inocular, por razones electorales, no en la disponibilidad de dosis. Mientras negociaba la compra de vacunas, Ebrard se dio tiempo para iniciar un ingenioso y audaz litigio contra las empresas fabricantes de armas en Estados Unidos, a las que México demandó por la violencia y las muertes que sus productos generan en nuestro país. Habrá quien diga que la demanda es ridícula y que no tiene futuro. Pero el golpe mediático y político fue asestado por México con absoluta precisión y la resolución, quizá injusta pero legal, estará en las manos y las conciencias de los jueces norteamericanos.
Ebrard ha demostrado, con creces, ser el más eficiente, y también el más preparado, de los colaboradores de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo la feria de desaciertos en materia de política exterior, todos atribuibles al presidente, tienen al canciller mexicano como el otro gran damnificado, detrás del prestigio internacional de la diplomacia mexicana.
El uso de las embajadas y los consulados como servicio gubernamental del empleo para improvisados, y muchas veces ignorantes e impresentables, pero aliados, deja definitivamente mal parado al Canciller. Pero a estas alturas todas esas son decisiones del presidente y no de Ebrard. Pagar a Quirino Ordaz la entrega de la gubernatura de Sinaloa a Morena con la embajada en Madrid fue una negociación de López Obrador, pero con cargo al prestigio de Ebrard y de la diplomacia mexicana. Lo mismo ocurrió con el consulado en Barcelona para Claudia Pavlovich y, mucho antes, con el de Turquía para aquella periodista que se apersonó en la conferencia mañanera para pedirle al presidente publicidad para su portal de internet: Isabel Arvide Limón.
Aparte están los caso de Pedro Salmerón, Jesusa Rodríguez y la canciller panameña comparada por el presidente mexicano con la Santa Inquisición, además del insulto al gobierno de Austria, al que hace unos días acusó de ser egoísta y anticultural por el añejo tema del penacho de Moctezuma. Para rematar, la mayor cortina de humo de todas, hasta ahora, en materia diplomática: interrumpir, porque no se atrevió a decir romper, relaciones diplomáticas con España, con mucha estridencia pero sin ninguna formalización ni razón sólida que lo justifique.
El autor de todos y cada uno de estos despropósitos ha sido el presidente y sin embargo, el principal afectado de su círculo cercano es el Canciller. Hoy abundan las criticas justificadas, en medios tradicionales y en redes sociales, hacia Marcelo Ebrard, tanto por no asesorar adecuadamente al presidente en materia diplomática, como por soportar el triste papel del canciller que vive avergonzado sistemática y recurrentemente. Ebrard opina y asesora, pero evidentemente no es ni escuchado ni respetado por su jefe.
El presidente no reconoce utilidades en el mundo globalizado e interdependiente. Pero sí sabe que Marcelo Ebrard ha sido su mejor colaborador, por mucho, durante la primera mitad de su sexenio. Sin embargo, camuflada en ese rechazo a la diplomacia en tiempos de la globalización, López Obrador parece tener la convicción de dinamitar el camino de Ebrard hacia la candidatura presidencial, pues en lugar de cuidarlo más ante el hecho de que Claudia Sheinbaum ha mostrado debilidades importantes, “recompensa” su trabajo ridiculizándolo y obligándolo a tragar sapos continuamente, como si definitivamente no fuera su Plan B. Al mismo tiempo, el presidente le concede cada vez más fuerza y presencia a su paisano: Adán Augusto López Hernández; para muchos el verdadero tapado en esta adelantada carrera presidencial.
Fotografía: Secretaría de Relaciones Exteriores