La compleja circunstancia de hoy, y también su actuación política, han colocado a Marcelo Ebrard Casaubón en una posición clave, la más relevante de todas, para la definición de la sucesión presidencial de 2024.
Es evidente que la palabra del presidente de la República será el voto determinante en la encuesta prometida por Mario Delgado para la selección del candidato morenista. Dentro del partido del gobierno, Ebrard puede ser el candidato menos parecido a López Obrador, pero también es el que más alianzas de peso, acuerdos y decisiones políticas de alto nivel y largo plazo, ha celebrado y compartido con el presidente desde que éste era candidato a Jefe de Gobierno en 1999 y aquel renunció a su postulación por el Partido del Centro Democrático, para sumarse a la campaña del entonces perredista. En política los acuerdos, los pactos y las deudas, también cuentan aunque no siempre se honren.
Por otra parte, el Morena que irá a las elecciones de 2024 no es la misma agrupación política que aglutinó voluntades y sumó 30 millones de votos a favor de su candidato presidencial. Aquel era un movimiento que reunió el voto antipriista, fundamentalmente el antipeñista, el de los desposeídos y el de los enojados. A cuatro años de aquella victoria arrolladora y con todas las adiciones que ha experimentado, hoy Morena es más la cuarta transformación del PRI que el movimiento antisistema que ganó en 2024 con el voto de castigo. Entre el desencanto de los enojados que apostaron a un cambio que no llegó y el ingreso masivo de priistas tránsfugas que “se purifican” con el cambio de militancia, la posición interna de la candidata surgida de la izquierda radical universitaria, Claudia Sheinbaum pierde fuerza en sentido inverso a la que gana, el ex priista que hace muchos años recorrió ese mismo camino, del PRI a la oposición, igual que lo hizo López Obrador.
A ese fortalecimiento indirecto de Ebrard, vinculado al crecimiento de las filas morenistas, nutrido por ex militantes priistas de grupos regionales, hay que agregar que más allá de Morena, entre los ciudadanos sin partido que votarán por el candidato y no por la organización política, y aún entre los opositores abiertos al proyecto lopezobradorista, está claro que Ebrard es el candidato más aceptable y, por lo tanto el más competitivo del grupo de aspirantes morenistas. El canciller sería, por mucho, el abanderado que más contrarrestaría el voto antimorena, el que menos rechazo generaría hacia el partido del presidente, y también el que más dividiría el voto de los opositores.
En pocas palabras, por la combinación de las circunstancias actuales: la polarización, su origen y trayectoria políticos, el “agrado” con que lo mira el sector privado, la forma en que ven a México en el resto del mundo, así como la paulatina pero inocultable refundación del viejo PRI en Morena, Marcelo Ebrard ha sido colocado como el precandidato morenista más competitivo, y también más peligroso, para la contienda presidencial de 2024.
Su posición de comodín, bombero y personaje obligado dentro del gabinete lopezobradorista, es tan evidente que su importancia en la operación gubernamental diaria esta fuera de duda, entre otras cosas porque es el único que se mueve con suficiente soltura en el escenario internacional, pues aunque la democracia está en crisis, la globalización no se está revirtiendo sino consolidando. A pesar de todo, los afectos y las preferencias presidenciales apuntan hacia Claudia Sheinbaum o, en caso de ser necesario un Plan B, hacia Adán Augusto López.
Si la elección presidencial fuera hoy, el que parecería asegurarle a Morena una victoria prácticamente inobjetable, incluso contra la más solida de las alianzas opositoras que se pudiera lograr, es Ebrard. Sin embargo, el estudio de los ánimos y las preferencias presidenciales apunta hacia la Jefatura de Gobierno de la CDMX o hacia la Secretaría de Gobernación. Dicen que López Obrador es el más pragmático de los políticos. En los próximos meses de comprobará o se desmentirá esa afirmación, pues al arriesgar la elección por una mala selección de candidato, el presidente se jugaría mucho más que el futuro de su proyecto.
Ante una circunstancia compleja y atípica, pues en este momento el único que puede complicarle la elección presidencial a Morena es el propio presidente López Obrador con su decisión, la pregunta clave de la sucesión, porque su respuesta impacta dentro y fuera de Morena, es: ¿Qué haría Ebrard si el presidente hace más caso a sus afectos que al pragmatismo y a las posibilidades reales de triunfo.
Si se disciplina y agacha la cabeza de nuevo, Marcelo no tendrá otra oportunidad de ser presidente, como la que hoy tiene, pues además de que su momento como estrella del gabinete es este, su pacto es con López Obrador, no con Sheinbaum ni con Adán Augusto López. Si por el contrario, se inconforma y rompe porque se le vuelve a sacrificar, le sobrarán opciones de candidaturas e incluso podría acabar como el abanderado que reviva a la moribunda alianza PRI-PAN-PRD. A ese espacio, casi garantizado en la boleta, hay que agregarle el hecho de que así como es el más competitivo porque atraería votos opositores aún estando en Morena, también se llevaría votos y operadores políticos de Morena a la oposición, en caso de un rompimiento.
Algunos dicen que Ebrard no tiene los tamaños para romper con el presidente y que, pase lo que pase, se alineará con López Obrador para atender y respetar su decisión llegado el momento. Cualquier cosa que haga, hoy Ebrard es la gran variable, todavía indeterminable, dentro de la ecuación sucesoria.
Foto: Secretaría de Relaciones Exteriores