Dicen que el miedo y el enojo son los dos factores más efectivos para movilizar electoralmente a una sociedad y, lo que acabó por ocurrir con la forma de reaccionar desde el Gobierno y desde Morena, incluyendo a sus medios de comunicación afines y a sus voceros en el mundo digital, oficiales y oficiosos, fue una singular expresión de miedo gubernamental a lo que pudiera derivar, a partir del enojo social expresado con la movilización nacional convocada para defender la integridad e integración actual del INE. Miedo gubernamental y enojo social representan una combinación que en tiempos del lopezobradorismo no se había atestiguado.
Más de una semana de adjetivos altamente ofensivos e injustificables, lanzados desde el púlpito de la conferencia de prensa matutina diaria del presidente López Obrador, se convirtieron en la mejor promoción a la manifestación, pues fueron el motivador definitivo para que muchos indecisos se sumaran a ella.
La movilización en defensa del INE se volvió nacional, pues se realizó coordinadamente en varias decenas de ciudades del país, así que aunque se fue a Tabasco para evitar el ambiente opositor de la Ciudad de México, el presidente acabó con reportes de la manifestación en toda la geografía nacional, magnificados además por la propia promoción que él hizo de la manifestación con sus ataques. Ese discurso presidencial de descalificación y ofensa matizó incluso, el oportunismo con que antes, por su ambición y agenda personales, los dirigentes partidistas del PAN y el PRI, Marko Cortés y Alejandro Moreno, habían ensuciado la movilización ciudadana al tratar de apropiarse de su paternidad.
Para rematar, la más adelantada de los precandidatos presidenciales del gobierno, y también la favorita del presidente, Claudia Sheinbaum, acabó involucrándose innecesariamente en el problema de la marcha cuando la Comisión Ambiental Metropolitana, que responde políticamente a ella, decretó una contingencia ambiental que restringió la circulación de vehículos automotores justo el domingo de la manifestación.
En política las cosas son lo que parecen ser. En otras palabras la percepción es realidad y a estas alturas, prácticamente nadie cree que una contingencia ambiental existe y las inútiles medidas restrictivas que la acompañan, hayan estado justificadas, por más real que sea el fenómeno, cuando se le decretó unas horas antes de la convocatoria de la movilización en defensa del INE.
Los mismos que diariamente desprecian la ciencia, los voceros oficiales y oficiosos de la administración, dirán ahora que las mediciones de ozono y otros gases son objetivas y justifican la contingencia decretada. Sin embargo, la primera consecuencia de faltar a la verdad reiteradamente es la pérdida de credibilidad. En el gobierno de una ciudad, la CDMX, que ha guardado un silencio criminal ante la quema indiscriminada de combustóleo, por parte de la Comisión Federal de Electricidad, en las centrales termoeléctricas del centro del país, envenenando, no con ozono sino con Dióxido de Azufre, el aire de la región, la contingencia ambiental decretada el sábado 12 de noviembre no solo careció de credibilidad, resultó cínica e indicativa del nivel de nerviosismo, o miedo, que provocaron el crecimiento y visibilidad de la convocatoria a la manifestación.
La marcha del domingo 13 de noviembre no se desarrolló exclusivamente en la CDMX. Mirarla así implica cometer el error de ignorar que el país es mucho más que solo su ciudad capital. Fueron muchas, más de 50, las ciudades mexicanas que atestiguaron movilizaciones ciudadanas con la misma consigna. Las redes sociales permitieron ver, sin necesidad de ninguna cobertura televisiva sometida a la agenda de los dueños de los medios, lo que ocurría en cada una de esas ciudades. Más allá del número de asistentes que oficialmente se subestimará pero y se calcula, sólidamente, entre 650 mil y 800 mil personas solo en la Cuidad de México. La movilización resultó un éxito, insuficiente por supuesto pero éxito, básicamente porque exhibió algo que se supone no existía en el vocabulario de la Cuarta Transformación: Miedo.
Cuando un gobierno, su partido y su aparato propagandístico, recurren a la marrullería para tratar de desmovilizar a la sociedad, se debe a que tienen miedo y preocupación por lo que están viendo.
Las encuestas citadas por el discurso oficial, y sus repetidores, dicen que éste es el segundo presidente más popular del mundo. Las mismas encuestas aseguran que Morena lleva cómoda ventaja en el estado de México y a partir de eso parece prácticamente imbatible, cualquier que sea su candidata o candidato, en 2024.
Si esa información técnica es confiable, resulta inexplicable la reacción del presidente, y de su candidata favorita, ante la movilización, ciudadana o partidista, en defensa del INE y en rechazo a una reforma que, cuando según la interpretación oficial de las mismas encuestas, el proyecto tiene el apoyo del 80 % de la sociedad.
Si el presidente es históricamente popular y la sociedad apoya abrumadoramente su proyecto de reforma electoral, no hay razón para perder el estilo y enlodar la investidura presidencial, insultando durante varios días a seguidos ciudadanos, y generalizando la acusación de traidores a la patria. Si la 4T avanza viento en popa y su candidata para 2024 es casi imbatible, para qué exponerla, a Sheinbaum, maniobrando para tratar de cancelar, por razones ecológicas en una administración que no cree en la ecología, una movilización que estaría enfilada al fracaso según el propio discurso presidencial y de sus voceros, por la pobreza moral y la deshonestidad intelectual de sus convocantes y participantes.
La reacción del aparato gubernamental ante la movilización, desmedida y registrada tanto en medios tradicionales como en el mundo digital, apunta más bien a un nerviosismo extremo que si no lo es, se parece mucho al miedo.
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