Mientras los partidos tradicionales de oposición construyen un nuevo acuerdo para tratar de aprovechar el descontento con cuatro decepcionantes años de gobierno, la plutocracia, disfrazada de sociedad civil organizada, intenta reinventarse con un nuevo membrete: Mexicolectivo, para responderle a un PAN y un PRI que, envalentonados, la excluyeron de su negociación cupular y relanzaron, por su cuenta, la alianza electoral Va por México.
Esos, el del abuso de la partidocracia y el agandalle de la representación de la sociedad por parte de la élite económica, son los ejes entre los que se mueve una oposición sin proyecto, sin agenda, sin hoja de ruta, sin procedimientos claros y, al parecer, sin ánimo real de construir acuerdos porque, en el fondo, su único interés está en volver al pasado para recuperar las posiciones y ventajas que antes tenían.
En realidad, ni Alejandro Moreno, ni Marko Cortés, ni tampoco Alfredo del Mazo o Rubén Moreira, representan ni siquiera a los pocos militantes y simpatizantes priistas que aun existen, o a los que son panistas por convicción y no solo por conveniencia. Pero Claudio X. González y Gustavo de Hoyos tampoco representan a la sociedad civil en cuyo nombre se dedican a hablar y actuar. Estos dos empresarios son representantes, cuando mucho, de ellos mismos y, si acaso, de las diminutas pero poderosas élites con las que viven, conviven y, pretenden controlar el destino de México.
Hoy, los representantes de la burbuja del privilegio económico logrado al amparo del poder, y los políticos de partido que tanto han abusado de sus registros legales, militantes y votantes, están en una disputa casi abierta. Hace unos años formaron Va por México a partir de Sí por México, pero hoy se han distanciado por una razón simple: ninguno, ni dirigentes partidistas tradicionales ni plutócratas, quiere ceder en el reparto del pastel que sienten a su alcance, porque creen que todo el país ve, con la misma claridad que ellos, el fracaso de la transformación lopezobradorista.
La disputa entre los dos bloques opositores que ayer eran socios: el de los registros de partido y el de los membretes de la sociedad, es por el poder cuando debería ser por los ciudadanos, por los indecisos, por la clase media, por los pobres que otra vez han quedado en el olvido, por los decepcionados, por los apolíticos, por los jóvenes y también por los nuevos electores; por todos aquellos grupos a los que dicen representar, pero con los que ninguno de los grupos habla y a los que ninguno, tampoco, parece conocer.
Aunque prometieron estar juntos, ahora operan por separado y ninguno, ni las cúpulas de los partidos, ni tampoco los privilegiados disfrazados de sociedad civil, tiene otra prioridad que no sean sus intereses de grupo. La verdadera sociedad, los ciudadanos, son apenas un concepto en sus discursos y un instrumento para alcanzar su objetivo: el poder formal y el poder real.
El reclamo ciudadano es claro: el cambio por el que se apostó en 2018, llamado transformación por Morena y López Obrador, nunca llegó. Sin embargo, los agravios del pasado son muchos y profundos, lo que descarta a los partidos opositores, a todos, PRI, PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, como instituciones con la credibilidad suficiente para obtener, en automático, la confianza ciudadana.
Pero si los partidos opositores están desacreditados, lo mismo ocurre con los membretes formados y financiados por Claudio X. González, Gustavo de Hoyos y algunos otros miembros de la plutocracia que actúan desde las sombras. No son la sociedad y no representan a todos los ciudadanos, solo a los que se parecen a ellos. Puede que existan coincidencias en algunas materias con la auténtica sociedad, pero no las hay en el objetivo fundamental: lograr un desarrollo nacional que ofrezca equidad y oportunidades de crecimiento para todos.
El equipo de la plutocracia, con sus abundantes recursos, ha reclutado a muchos intelectuales y activistas con buenas intenciones y posturas serias. Sin embargo, eso que parecía funcionar muy bien en Mexicanos Unidos contra la Corrupción para señalar y acorralar al peñanietismo, dejó de ser suficiente para hacer mella en un animal político con el blindaje de López Obrador, a pesar de los incontables visos de corrupción que se advierten en su gobierno, incluido su círculo cercano.
Los miembros de la plutocracia únicamente son voceros de ellos mismos y de sus burbujas. A pesar de la lustrosa formación de estrellas del activismo que han enrolado en sus membretes, donde aparecen apellidos tan reconocidos como Woldenberg, Casar, Álvarez Icaza, entre otros, no han logrado penetrar masivamente entre los ciudadanos, ni han convencido a los decepcionados, y difícilmente lo lograrán si continúan por la ruta del autoritarismo vertical que han impuesto en sus grupos.
De hecho, los membretes de sociedad civil se han multiplicado tanto, de forma tan poco creíble y con una propuesta tan pobre porque generalmente complementa y reproduce el discurso de la polarización de la Presidencia, y repiten a tantos personajes en sus alineaciones, que han perdido credibilidad. Lo único que hasta ahora han provocado, es el avance de la percepción de una división que atomiza la oposición; justo lo que más le acomoda a la estrategia de López Obrador
Esos membretes de sociedad civil están casi tan desgastados como los partidos políticos tradicionales por su vocación endogámica. Quieren educar y gobernar al pueblo, pero no quieren convivir con sus integrantes ni escuchar sus preocupaciones. Quieren mandar en un país que conocen desde el escritorio o desde un hotel de Gran Turismo y que, por supuesto, no entienden porque no hablan con los desposeídos, ni para los excluidos, porque ellos son parte de quienes los excluyeron. Tampoco saben hablar para los desencantados y mucho menos entienden lo que piensan, sienten o consideran los jóvenes de 2023, que son muy diferentes a los jóvenes de 1988.
En su arrogancia, al suponer que todo el país es una clase media a la que más o menos pudieron animar y enrolar en 2021, los operadores de la plutocracia y las cúpulas de los partidos opositores, PRI, PAN y PRD, pero también Movimiento Ciudadano, han renunciado a hablar con todos e incluir a todos. Con ello han provocado que el presidente López Obrador siga siendo el único que le habla a los pobres, aunque ni los saque de pobres ni les diga la verdad, y les siga vendiendo esperanza porque, a final de cuentas, sigue siendo el único político que no los ignora y se dirige abiertamente a ellos, los millones de excluidos del desarrollo neoliberal.