El caso del adolescente Kyle Rittenhouse tuvo más presencia en los medios y en las mesas de conversación y análisis de los Estados Unidos, que la reunión de los tres mandatarios-amigos. Se trata de un tema que pega en la médula de las fronteras del debate moral de este país: el derecho a portar y usar armas. No hay sorpresas.
La comparación entonces resulta un tanto injusta para las audiencias canadienses y mexicanas -sobre todo para las artificiales expectativas de éstas últimas- que esperaban una mayor cobertura de sus respectivos mandatarios. Sin embargo, el ejemplo sirve para entender la construcción de prioridades que tiene la atención de los públicos y los medios de comunicación estadounidenses sobre los asuntos públicos.
Un tema que particularmente me interesa destacar es que la comunicación política de este país, tiene un marcado componente cultural que se vincula con la percepción de liderazgo que el pueblo estadounidense tiene de sí mismo. Es una percepción que se traduce en un alto nivel de exigencia sobre quienes los representan pero sobre todo, para quien ocupa el despacho oval de la Casa Blanca. Ser percibido como un líder endeble, desde esta perspectiva, es algo no americano y por lo tanto, una condena para toda aspiración política.
Cabe apuntar entonces que la relevancia y la presencia mediática de la agenda internacional en los ánimos de la opinión estadounidense, no está en función del país, individuo o tema que la protagonice, sino en su vinculación con tres factores, relacionados a este asunto de liderazgo, de la política-management.
Primero. La percepción de una amenaza al liderazgo de los Estados Unidos.
El fin de la II Guerra Mundial marca el inicio de esta responsabilidad auto inducida de ser el garante de las libertades y los derechos de occidente y que termina por poner la piedra angular de la imagen de liderazgo que este país tiene de sí mismo y que desde entonces ha construido identidad nacional.
Todo aquello que ponga en entredicho o que amenace con la posibilidad de ejercer este papel exclusivo, merece la atención de prácticamente todos los públicos. Es por ello que China o Rusia, el terrorismo etiquetado como árabe o lo que queda del comunismo, no dejarán de ser parte de una conversación y de espacios en las primeras planas.
Segundo. La interferencia con el control y acceso a determinadas materias primas, industrias y mercados.
Si hay un aparato de Estado promotor de la lógica empresarial, ese es el de el país de las barras y las estrellas. Para muestra, un botón. El cabildeo en Washington financiado con dinero privado promedia desde hace más de 10 años, alrededor de $3.5 billones de dólares anuales. Si a ello se agregan las donaciones en campañas políticas, los números aumentan considerablemente. El andamiaje que vincula el poder político con el económico está hecho para promover “la inversión blanda” en la Casa Blanca, el Congreso y en las respectivas sedes del poder político estatal.
La defensa al libre comercio, la bendición a ciertas estrategias proteccionistas y el acoso a determinadas prácticas regulatorias, normalmente tiene la huella de las empresas potencialmente afectadas o beneficiadas. No sorprende a nadie que el aparato de relaciones públicas y comunicación del sector privado se encargue de poner en el mapa mediático sus temas de interés. Desde promover contenidos y estudios aparentemente neutrales, firmados por centros académicos y de investigación, hasta la presión directa a los congresistas o políticos estatales oriundos de las ciudades que son la sede de sus intereses.
Aquí la lógica mediática va más o menos así: un político que no respalde o proteja a las empresas de la ciudad o estado que representa, sufrirá la carencia de recursos para solventar su trayectoria política. Hacer política sin dinero, es una ingenuidad.
Tercero. En tiempos electorales, la movilización de la atención pública es preferentemente local.
Estados Unidos es un país en donde la sociedad se organiza para hacer escuchar su voz. Desde las reuniones en las colonias y condados para discutir y aprobar planes operativos de empresas, hasta las marchas y protestas de movimientos emancipatorios (que desde la década de los sesenta han estado perfeccionando sus vasos comunicantes y su capacidad de organización y movilización) le han dado forma al activismo en este país.
Esto lo conoce de sobra cualquier aspirante a un puesto público. Si pretende ocupar un cargo público, el diálogo y contacto con los representados y con los grupos activistas que se vinculan con temas de interés mutuo, es ineludible. Es por ello que la agenda local manda, sobre todo en aquellos temas que pegan en el empleo y el ingreso del ciudadano de a pie. Lo que importa entonces, es lo que es visible y comprensible para la comunidad.
En un contexto inflacionario como el que atraviesa Estados Unidos y en la antesala de un proceso electoral en donde se van a renovar 36 gubernaturas, toda la Cámara de Representantes (435 asientos), 34 asientos en el senado y 25 alcaldías, se antoja muy difícil que cualquier tema que no le hable al bolsillo del votante, despierte su interés.
México, insaboro e incoloro.
Para efectos de cobertura mediática, México no tiene el peso que a muchos les gustaría. Su presencia se ciñe a los criterios antes mencionados. Por ejemplo, temas como el migratorio importan desde la perspectiva de construir o menguar el liderazgo del presidente que ocupa la Casa Blanca, la presencia de México en la ecuación es aquí un mero accidente.
Trump orquestó gran parte de su narrativa en presentarse como el líder que sabe como resolver el problema del inmigrante, que desde su narrativa es un extranjero no deseado y que representa un peligro. Mientras que el presidente Biden ha apostado por el matiz humanitario y enfrenta batallas legales en esta materia. El problema para el segundo, es que el miedo moviliza votos. Y en ese terreno, los republicanos son expertos en crearlo y comunicarlo.
Los Estados Unidos entienden su relación con México como un asunto dado debido a la asimétrica correlación de fuerzas, como lo comentó el Dr. José Luis Valdés en una conversación que tuvimos en nuestro podcast de CONEXIONISTAS.
Por supuesto que los detalles que mantienen el engranaje aceitado de esta relación bilateral, discurren en reuniones que jamás sabremos que existieron. La administración del imperio, no se hace desde una vitrina.
La ansiedad como proyección.
No deja de llamar la atención esa ansiedad que hay en casi todos los círculos de opinión anti López Obrador, que sigue apostando a que el presidente J. Biden sea quien enmiende la plana a su homólogo mexicano y que además, lo haga a manera de regaño público.
Estas voces provenientes de identificados segmentos de la población, de alguna manera asumen que sus particulares ansiedades deben ser resueltas por el Departamento de Estado o, ya en un extremo, por el Pentágono. Les tengo malas noticias, la lógica del poder que se administra desde Washington D.C., no funciona así.
Esta delirante animosidad, la cual también está presente en los grupos pro AMLO y que se comporta con el mismo frenesí, sirvió para guiar una conversación que insistió en interpretar la visita del presidente mexicano como un juego descontextualizado de vencidas y evaluaron el evento en términos de quién lo ganó o quién lo perdió, a parir de lo que se filtró en los medios.
Montados en esa desafortunada inercia, soy de los que opinan que el presidente mexicano se desempeñó a la altura de las circunstancias. Como el animal político que es, sabe perfectamente que no es lo mismo jugar de local en un foro confeccionado a su antojo, que hacerlo de invitado y en casa de quien lo supera, por mucho, en recursos de poder. En esas circunstancias, salir airoso de la velada está en función de no cometer imprudencias. Por lo que se sabe, no lo hizo.
Para poca fortuna de estos círculos de opinión, su ansiedad aumentó algunos niveles más.
Una Hidra de muchas cabezas.
Desatar los nudos de la región norteamérica no ocurrirá en el corto plazo. Esta es una Hidra de varias cabezas: comercial, económica, política, ideológica, cultural, laboral, social, seguridad, derechos humanos y ambiental. Los detalles y casos específicos de cada “cabeza” han sido ampliamente comentados ya por los respectivos expertos.
Temas como los asuntos migratorios requieren ajustes estructurales, pero sobre todo necesita ocurrir una transformación cultural a nivel de calle en los estadounidenses y canadienses que matice los miedos. Esto no se construye de la noche a la mañana, y mucho menos a periodicazos.
De los avances y detalles daremos cuenta gracias a las filtraciones de las estrategias de comunicación de los gobiernos de los tres países. De ahí la importancia de no limitarse a una sola fuente de información, ni de un solo país, por supuesto. Pero esto suena como una moneda hueca para los oídos del fanático pro o anti López Obrador, pues si algo los caracteriza es que sus reflexiones se nutren principalmente de una sola fuente de información: sus endogámicos círculos de opinión, sin importar lo instruidos y capacitados que sean.
Para agregar densidad al asunto, habrá que señalar que las regiones de cooperación geoestratégica tienen una lógica casi inamovible: el espíritu que las articula es el acuerdo de la existencia de una amenaza común. La expansión China lo ha sido para Canadá y Estados Unidos, no estoy tan seguro que el gobierno mexicano lo entienda así, aunque el presidente López Obrador lo haya sugerido.
Finalmente, el índice de inflación anualizada de alrededor de seis puntos porcentuales, el aterrizaje electoral de los efectos de los recientemente aprobados presupuestos de infraestructura y gasto social y, la batalla por las elecciones intermedias, tendrán a la opinión pública de los Estados Unidos bastante ocupada y lejos de los deseos e inclinaciones políticas de la comentocracia mexicana.
Fotografía: macleans.ca