La normalización de las hormonas.
El fenómeno Donald Trump ha sido una fuente constante de inspiración para que académicos, investigadores y analistas, reinterpreten y adviertan la paradoja de la democracia que señala que, en el ejercicio de inclusión y respeto de las libertades, se abre la puerta a personajes autócratas y de tintes preferentemente populistas, que una vez instalados en el poder, hacen todo lo posible para minar esas mismas instituciones democráticas que los ungieron como mandatarios de una nación, o de cualquier demarcación territorial [1].
Desfachatados, sin escrúpulos, bravucones, y sistemáticamente petulantes, estos emergentes líderes hacen de la narrativa que suda testosterona, su principal arma. La retórica desplegada en las redes sociales es su herramienta predilecta, pues conocedores del impacto que tienen las redes sociales, lo que importa y manda es la puesta en escena[2], el performance ocurrente e inmediato.
Nunca como ahora, la forma se impuso tanto al contenido, mientras que la política y el espectáculo se encuentran en un franco amasiato.
El carisma tiene ahora rostro de grosería, de broma intolerante, de resentimiento sin ataduras, de hacer del ataque y la descalificación del que piensa distinto, un culto recurrente (Rosenthal, Illouz, Horn[3]).
Venderse como víctima del establishment ha resultado una apuesta que le rinde frutos a este tipo de personajes que rompen todo protocolo para hacer de lo extremo y lo absurdo, el lazo cotidiano que conecta con un ciudadano desencantado y aburrido de las viejas formas de hacer política. En tiempos como éstos, la disposición al conflicto y el alto octanaje pirotécnico del discurso, construyen simpatías, movilizan individuos y grupos y capta votos.
Paradójicamente, se ungen a sí mismos como los defensores de un ciudadano harto, que ha sido sistemáticamente despojado, institucionalmente humillado como apuntaría Margalit.[4]
Estamos ante la nueva definición del líder. Ahí están los Milei (Argentina), Abascal (España), Trump y Ramaswamy (Estados Unidos), López Obrador y hasta el pueblerino de Samuel García (México), reproduciendo estos patrones estridentes de la ambición política con la cual buscan posicionarse como el salvador, el único capaz de resolver los problemas de las mayorías. La puerta falsa es el argumento que se esgrime: estos personajes agregan frescura a las campañas políticas.
Un viejo legado.
No hay que engañarse. El culto sistemático a una figura que es dueña de la verdad y que en consecuencia tiene todas las respuestas y es “el redentor”, es un fenómeno que encuentra su origen en la columna vertebral de los cultos religiosos monoteístas.
Esta estructura teológica de pensamiento continua vigente hasta nuestros días. Su patrón es sencillo:
- Ofrece metáforas para cobijar la incertidumbre y los miedos de una masa de seguidores.
- Define quién es el mesías, el profeta y por lo tanto quién es el enemigo.
- Aclara y establece cuál es el protocolo para adherirse al movimiento o grupo que este líder encabeza.
- Finalmente, se construyen las reglas de comportamiento y las jerarquías que le dan institucionalidad a la relación entre el líder y sus seguidores.
A partir de ahí el seguidor deberá estar dispuesto a manifestar inequívocamente dos conductas fundamentales. Primero, a seguir al “líder” sin cuestionamiento alguno. Segundo, a militar, difundir y defender las creencias que componen la retórica del llamado líder.
En resumen, se construye una referencia moral en forma de metáfora que guía la dinámica entre ese líder mesiánico y sus seguidores (Lakoff, De Waal)[5]. Esto es sabido con claridad por los estrategas responsables de la comunicación política del autócrata, por eso no sorprende que estos personajes compartan rasgos similares con los líderes religiosos, sobre todo en lo que a la atracción de las masas respecta.
Conectando puntos: La definición de éxito.
Para comprender mejor este fenómeno del post-líder, encuentro en el campo de la literatura sobre liderazgo, que el reciente trabajo del politólogo Fernando Pescador[6] entrega una interesante reflexión que busca salirse de la repetitiva y chocante oferta que circula por ahí.
Al final de su texto, Pescador plantea de manera tímida -para mis expectativas- una reflexión que merece toda atención. Es decir, propone, de alguna manera, pensar el éxito como el eje de interpretación sobre el cual se construye todo el andamiaje que explica, para efectos de esta reflexión, la conducta que se espera de esta figura autócrata que se reproduce en varias culturas.
En este orden de ideas, se ha construido una poderosa expectativa sobre el éxito que define lo que se espera de un líder político exitoso en los tiempos del meme, de Instagram y de Tik Tok.
Se trata de una nueva y e inquietante moralidad que tiene como condición un desdén a la legalidad: Ser exitoso es salirse con la suya con tal de lograr que se atemperen los miedos y se gestione el hartazgo de un grupo de seguidores, de mis seguidores.
Desde esta perspectiva, el ejercicio de Pescador no es menor, pues hablando desde lo colectivo, el éxito ya no es necesariamente conservar y mejorar las instituciones democráticas, ya no se trata de construir un sistema de intercambios y convivencia que garantice contrapesos a todo exceso de poder.
Para esta noción de éxito, el debate y la deliberación son sustituidos por la dictadura del “like” y las campañas en las redes sociales. El diálogo cede su espacio a la capacidad de neutralizar “bots”.
Finalmente.
El post liderazgo se construye desde una perversa definición de éxito que está definiendo las nuevas reglas de convivencia y de reciprocidad en el espacio público y amenaza con filtrarse al privado. La polarización en la que se envuelve la actitud del post-líder parece no tener solución y ante lo complejo que resulta identificar qué es la verdad, hoy todo parece frágil.
Si la retórica ha ocupado un lugar primordial en la construcción de estos “frescos” autócratas y de sus seguidores, en estos tiempos de post-liderazgo, bien valdría la pena comenzar por cuestionar, reinterpretar y acordar, qué deberíamos de entender por el concepto de éxito en el ejercicio político y hacernos cargo de las implicaciones que hay en ello.
[1] Urbinati Nadia, Me the People: How Populism Transforms Democracy, Harvard University Press, 2019.
[2] Edelman Murray, Constructing the Political Spectacle, The University of Chicago Press, 1988.
[3] Rosenthal Lawrence, The Empire of Resentment; Illouz Eva, The Emotional Live of Populism; Horn Walter, Democratic Theory Naturalized: The Foundations of Distilled Populism.
[4] Margalit Avishai, The decent Society, Harvard University Press, 1998
[5] Lakoff George, The political mind; De Waal Frans, On Atheists and Bonobos.
[6] Pescador Fernando, Liderazgo tridimensional, Somos Texto, 2022