—El que come del fruto del conocimiento, siempre es expulsado de un paraíso
He sido acusado de todo, pero nunca de estar poseído por alguna especie de genio maligno.
Uno de mis más grandes defectos es que nunca me ha gustado quedarme con una duda. Siempre trato de localizar la información correcta, el dato claro. No me gusta quedarme con los dimes o diretes de quienes se asumen como autoridad y esto lo aplico para casi todos los compartimientos de mi vida.
Cuando una idea, tenida como verdad, es aleccionada en salones de clase por figuras de autoridad, esta idea tiende a solidificarse, a hacerse de piedra y grabarse en las mentes de los más jóvenes.
La respuesta a este estímulo puede darse de dos maneras: una es la de tomarla como revelación divina y tenerla como algo sagrado e irrevocable.
La segunda —la menos recurrida— es la de tratar de contrastarla con otras ideas.
Somos mamíferos y, como tales, la pereza es una parte de nuestra naturaleza debido a que gracias a esta, ahorramos calorías que son vitales para otras actividades de supervivencia en la sabana.
Esta pereza se suma a nuestra también atávica necesidad de contar con un líder. Esta combinación transforma a las verdades enseñadas en piezas integrales de nuestra forma de pensar.
Un líder ya nos dijo cómo funcionan las cosas, ¿para qué buscarle más?
Llevo toda una vida buscando verdades que satisfagan mi curiosidad. He tratado siempre de buscar más arriba y más lejos de lo que las figuras tradicionales de autoridad muestran y, la verdad, es que esa realidad se ha mostrado despiadadamente brutal.
Tal vez ese sea mi castigo; los finales felices no existen a pesar de lo que digan. Muchos miran al conocimiento como un mal al que hay que expulsar.
Utilizando esta información he construido todo un esquema (que no es definitivo y que he tenido que remodelar infinidad de veces) que se ha transformado en mi modelo de la realidad y de la verdad.
Es muy difícil que los maestrillos de obras que construyeron pequeñas cabañitas con los palitos del fanatismo y la credulidad, tengan siquiera la capacidad de comprender —aunque sea una mínima parte— el rascacielos que he logrado levantar luego de tantos años.
No necesito que me extraigan nada; a mí me ha costado mucho expulsar los antiguos demonios de la culpa y el absolutismo ideológico; llevo años haciéndolo.
Ha sido una muy larga guerra de independencia, que aún no termina, pero que me ha liberado de atavismos enfundados en sotanas.