
…y no votamos
Dicen los autodenominados expertos en estos temas que la elección de los nuevos integrantes del Poder Judicial fue un fracaso: un 12 por ciento de participación, y un total del 9 por ciento de votos reales, luego de eliminar los nulos y las mentadas de madre a Noroña.
¡Al contrario!
La elección, para el gobierno morenista en general y para la presidenta Claudia Sheinbaum, fue un éxito absoluto y total: lograron instalar como jueces, magistrados y ministros a su gente, consolidando así una gran influencia dentro del Poder Judicial.
¿La razón? Los “chairos acarreados” votaron y los que se ufanan de ser “el voto pensado y razonado” optaron por hacer berrinche.
Uno de los grandes argumentos de quienes llamaron a no asistir a las urnas fue el de: “Van a hacer fraude de todas maneras“, asegurando que no valía la pena emitir un voto.
Fue una jugada maestra para el gobierno. Solo los acarreados, acordeón en mano (y unos cuantos idealistas), se acercaron a las urnas y de esta manera, otorgaron la victoria a los afines al régimen con unos pocos votos.
Mi pregunta desde el pasado lunes: ¿Qué hubiera pasado si tan solo la mitad de los 22 millones de personas que votaron en oposición a Claudia el año pasado hubieran asistido a las urnas?
No les hubiera alcanzado a los candidatos “oficiales” para ganar.
Hagamos caso a esos agoreros y, ya que estamos jugando con el “hubiera” más volado del milenio, aceptemos que el gobierno hubiera tramitado un fraude electoral por todo lo alto para forzar a que quedaran sus predilectos.
¿Qué nos hubiera quedado?
Muy sencillo: ¡La razón!
Tendríamos la razón para salir a las calles y manifestarnos, para paralizar ciudades y dejar en claro nuestro descontento por las elecciones y por el desmantelamiento del Poder Judicial.
Tendríamos la razón para llamar a instancias internacionales y acusar a nuestros gobernantes, para bloquear la sede de la Suprema Corte, para boicotear y para hacer plantones.
Tendríamos la razón para presionar al gobierno, para acosar a los diputados y senadores, para hacer una verdadera manifestación en la que los del “voto pensado“, exigieran que sus derechos y sus votos sean respetados.
¡Tendríamos la razón!
Pero eso no sucedió. Creo que fue miedo, creo que fue pereza, fue el ocultarse detrás de las faldas de los dichosos “líderes de opinión” e ignorar una de las herramientas más poderosas que tenemos: el voto.
Nos quedamos en casa, como pazguatos, como avestruces enterrando la cabeza en la arena, rumiando la idea de que la apatía y el faltismo en las urnas nos harían la tarea. De que, por alguna razón mágica, el abstencionismo cancelaría las elecciones. Y no votamos.
No votamos. No tuvimos ni la inteligencia ni el ánimo de buscar ser el contrapeso…
…ahora tampoco tendremos la razón.