Turbamulta

No son formas

Una vez más las redes sociales se encargaron de avisarnos y de escandalizarnos:

Dos personas se graban arrojando sopa de tomate a un cuadro de Vincent van Gogh. Una de sus obras más reconocidas, Los Girasoles, ahora ha sido mancillada de la peor manera.

Parecería un “happening” surrealista el utilizar una warholiana sopa de tomate para desacralizar a uno de los pintores más reconocidos del siglo XIX. Una especie de manifiesto digno de las corrientes modernistas más radicales, teniendo incluso tintes de Revolución Cultural china.

Pero no, no estamos ante una expresión efectista que busca degradar a la vieja escuela o a la burguesía hecha arte, no. Son jóvenes que reclaman el incremento de la exploración petrolera y exigen impedirlo así como más acciones para paliar el calentamiento global y el deterioro de nuestro planeta.

Por supuesto que la reacción no tarda en llegar: ocurre un rasgado general y virtual de vestiduras cuando los millones de ahora autonombrados expertos en arte de las redes sociales comienzan a quejarse del terrible atentado en contra de una obra irremplazable que solo pude pertenecer a la humanidad.

Se quejan de que una de las pocas cosas hermosas generadas por el genio humano sea destruida en aras de un ideal. Esos vándalos disfrazados de activistas pueden tener la razón, pueden estar preocupados o desesperados porque tanto gobiernos como empresas siguen dando largas al tema pero…

…esas no son formas.

Me recuerdan mucho a las marchas feministas donde el público expectante, en su gran mayoría hombres, exigen que “se comporten” y no hagan tropelías. Que no ensucien, que no se pongan a grafitear, que no quemen…

…porque esas “no son formas”.

Como si a través de los canales tradicionales se escucharan esas voces y se hicieran verdaderos esfuerzos por corregir lo que exige corrección. Como si protestas y reclamos hechos cuidando “las formas” lograran una auténtica solución de los temas que en verdad afectan a las personas.

Creo que la visión de los jóvenes pegados a la pared del museo es algo que es muy molesto a nivel personal pero por razones que van mucho más allá de la “salvaguardia del arte” y del cuidado de “las formas”.

Es algo que cala más profundamente debido a que enciende una pequeña luz de alarma dentro de nuestra propia conciencia:

¿Qué estoy haciendo a nivel personal para contribuir a la solución de los grandes problemas del país y del mundo?

Creo que es desde ahí donde viene uno de los grandes enojos contra las mujeres que pintarrajean las piedras de un monumento, de los que arrojan salsas o se pegan a pinturas famosas: ellas y ellos si están haciendo algo mientras uno permanece inútil, incapaz y abúlico.

Cuando tratamos de convencernos a nosotros mismos de que al hacer activismo en tuiter, llevar nuestro propio vasito a Starbucks o “felicitar” a las mujeres el 8 de marzo, cumplimos como ciudadanos del mundo y que contribuimos a hacerlo mejor.

Esa visión de activistas que no respetan “las formas” rompe con la enorme hipocresía detrás de la cual nos escudamos, pero con la cual tratamos de convencernos de que también estamos haciendo algo.

Una enorme hipocresía que también tiene la peculiaridad de funcionar como “elevador moral” para hacernos jueces de aquellos y aquellas que se atreven a no respetar “las formas”.

Que nos hace juzgar lo que otros, que están preocupados por temas de importancia grave, tienen derecho a hacer y no hacer para expresarse.

Que nos transforma en esas almas viejas, parte del establishment, que viven en una confortable burbuja que ―por lo pronto― permanece estable y da la sensación de que así es el mundo. Que los inconformes son radicales que solo quieren hacer ruido.

Que nos hace pasar a formar parte del problema y no de la solución.

Que nos hace creer que esas no “son formas”.

Como hace rato me lo dijo Andrea Pozo, una mujer a la cual respeto y admiro: “El no enojarse es un privilegio”.

Si es necesario quemar obras de arte, así como museos y palacios completos, ¡a la hoguera!

No le veo ningún caso que estos permanezcan y nosotros desaparezcamos.

Foto de Alex McCarthy en Unsplash

Armando Reygadas
Viví la revolución digital en carne propia; di mis primeros pasos en medios tradicionales impresos y la radio AM; desde ahí salté a Internet. Comunicador especializado en tecnología, redes sociales, medios digitales y marketing en línea; me dedico a la ‘blogueada’ desde los 90s y participo en varias publicaciones como Reseñando.com y Conexionistas.com.mx donde tenemos un podcast.

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